En la salud pública las cifras pesan. Pequeñas variaciones estadísticas provocan cambios de gran magnitud a medida que actúa la fuerza de los números. Pongamos por caso, la epidemia del coronavirus se expande siguiendo la evolución de su tasa de contagio: aproximadamente un múltiplo de diez cada dos semanas. A día de hoy desconocemos todavía muchas de las aristas de la nueva enfermedad y los expertos se manejan con suposiciones más o menos plausibles. Sabemos, eso sí, que su mortalidad se dispara con la llegada del pico de contagios, ya que un número masivo de infectados coloca a los hospitales en una situación de máximo estrés. Las cifras pesan y los recursos cuentan. No deja de ser interesante, desde esta perspectiva, verificar las correlaciones entre el número de muertos y el de infectados oficiales. Hay países –pienso ahora en Corea del Sur y en Japón, pero también en Alemania– que apenas reportan fallecimientos (desde luego por debajo del umbral del 1%), a pesar de la cantidad de pacientes, frente al 5% de Estados Unidos y el 4% alto de Italia. ¿Poblaciones más envejecidas, tal vez? No parece. ¿La ausencia en América de un sistema público de salud, unida a los errores en la prevención de la epidemia? Tiene más sentido, sobre todo si pensamos que Estados Unidos cuenta con una medicina de altísima especialización pero carece de una cobertura universal.
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