Se diría que el valor de las propuestas conservadoras estriba en su realismo. Es un mundo en el cual se conjuga una gramática de futuros matizados con un prudente escepticismo que no despoja de sus alas a la esperanza, pero sí encauza las pasiones antes de que se desboquen en el corazón de las sociedades. Las propuestas conservadoras no son las de un pesimista, sino las de alguien que valora su época en su justa medida. Lógicamente, para el conservador la historia tiene un peso porque sabe que también el futuro se convertirá algún día en pasado y nos volverá a recordar la eterna lección del Eclesiastés: nada nuevo hay bajo el sol, puesto que incluso lo nuevo pasará también a ser antiguo.
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