En un cuaderno de tapas azul añil tomo nota de los ritos familiares. Es la libreta, por así decirlo, de las costumbres, que refleja la repetida arquitectura de la intimidad. Miro sus hojas y percibo su escritura zigzagueante, los borrones de la memoria, los anhelos que no han fructificado, el humus que permanece. Ayer domingo, por ejemplo, fuimos, como cada año, al bazar navideño de la iglesia sueca. Al igual que las lluvias otoñales, el mercadillo anuncia con su luz la llegada de las velas de Adviento y el final del otoño. Es un lugar que también pertenece a mi infancia, y a mi madre más que a mi padre. Comimos bollos de canela y tarta de manzana con una salsa caliente de vainilla, jugamos al bingo, un anciano Papá Noel cantó villancicos de Sibelius.
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