Las palabras irreales son mentirosas, pero también las palabras faltas de sustancia, incompletas y débiles aunque arrogantes; las opiniones y los credos ideológicos, la banalidad y la hipocresía, el cinismo y la confusión, la ignorancia y la soberbia. “Unreal words” fue el tema sobre el que versó uno de los sermones más conocidos del cardenal Newman, hace ya siglo y medio. Él se refería al peligro que supone el lenguaje cuando se basa en palabras demasiado alejadas de la verdad. Porque en el fondo nuestras creencias, nuestras ideas, todo lo que expresamos, termina por incidir en nuestra vida cotidiana. Al final del camino, somos aquello que decimos, nuestras justificaciones, las creencias que determinan nuestro hacer. Por ello, Newman daba tanta importancia a las palabras irreales, que actúan como sombras de la verdad, como una neblina moral que oscurece, confunde y finalmente desorienta a los pueblos. Sabía perfectamente cuán difícil es dar el paso de la confusión a la claridad, de la noche a las palabras reales. “Lleva mucho tiempo –escribió Newman en aquel sermón– percibir y entender la realidad en sí; es algo que sólo aprendemos gradualmente”.
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