Creo que fueron las hermanas Brönte –pero tal vez fuera Jane Austen– las que afirmaron que para escribir una novela sólo se necesita una puerta entreabierta, es decir, una mirada rápida y furtiva que ilumine por un segundo la trama de la vida. La anécdota, digamos, que alcanza una vez tamizada por la sabiduría, el talento y la experiencia el rango de categoría. Pensaba en ello esta mañana, mientras llovía con furia y en casa sonaba el último movimiento de la Tercera Sinfonía de Mahler interpretada por el maestro holandés Bernard Haitink. Con noventa años, Haitink acaba de despedirse de la dirección orquestal este verano, en un histórico concierto que cierra de algún modo otra época más: una forma de entender la música, humilde y poco estridente, de contornos casi artesanales. Escucho a Mahler y pienso en las hermanas Brönte, aunque en realidad lo que hago es llorar la muerte del pintor francovietnamita Pierre Le-Tan, que acaba de fallecer a los sesenta y nueve años.
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