En The Royalist Revolution, un reciente ensayo sobre los orígenes intelectuales de la independencia americana, el profesor de Harvard Eric M. Nelson argumenta que la furia de los padres fundadores iba dirigida más bien contra los excesos de poder del Parlamento británico que contra el rey Jorge III. Aunque de entrada resulte chocante, la motivación última respondía a intereses nítidamente republicanos: llegar a un sano equilibrio de poderes.
Si para Edmund Burke el gran acierto de la Revolución Gloriosa de 1688 había sido lograr encauzar la autoridad de la Corona dentro del marco del parlamentarismo y para Madame de Staël el contrapeso entre los distintos poderes constituye la virtud republicana por antonomasia (tanto que la ilustrada francesa se refería paradójicamente a la monarquía constitucional como una forma de república), los padres fundadores se asomaron al abismo de esa patología democrática que era el excesivo poder acumulado por el Parlamento británico frente a la inacción del rey.
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