Al inicio de la vieja serie documental de la BBC Civilisation, el historiador Kenneth Clark compara dos piezas de arte: un mascarón de proa vikingo, con sus fauces de dragón, y el rostro hermoso y terso del Apolo de Belvedere. Uno representa el miedo y la oscuridad; el otro, la armonía de la perfección divina reflejada en un cuerpo humano. “¿Qué es la civilización?”, se pregunta Clark. La respuesta es que no el arte exactamente, ni el estilo, ni tampoco la expresión descarnada –auténtica, se diría hoy– de los instintos. El arte se puede construir sobre el miedo, al igual que una sociedad; pero no ese espacio de libertad que llamamos civilización. “El primer enemigo de la civilización –sostiene el historiador británico– es el miedo: el miedo a la guerra, a las plagas…; los miedos que sencillamente nos hacen creer que no vale la pena construir casas o plantar árboles o… Y luego el aburrimiento, que se traduce en un sentimiento de desesperanza. La civilización requiere, ante todo, confianza en la sociedad en la que uno vive; confianza en sus creencias, en su sistema filosófico, en sus leyes, en las propias habilidades intelectuales. La civilización requiere energía, disciplina, leyes, orden”.
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