Hay decálogos poco dogmáticos pero certeros. El primer mandamiento de un conservador responde a su viva conciencia del pecado original y de las distintas servidumbres que acarrea la imperfección humana. El conservador no niega el rostro benéfico de la razón, aunque intuye lo afilado de sus aristas. El conservador ama la verdad —no puede no hacerlo— y efectivamente la persigue con ahínco; sin embargo, al mismo tiempo sabe que, en un mundo imperfecto hecho de sombras y cascotes, las ficciones compartidas, las mentiras nobles y los relatos sofisticados tienen una función que haríamos mal en desdeñar.
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