La democracia funciona como el oleaje cuando choca contra la orilla: una ola sigue a la otra, cada una con su forma, cada una con su personalidad. La vida es ondulante, decía Montaigne, y lo cierto es que llevamos desde 2008 inmersos en un periodo de incertidumbre que describe un final y anuncia un inicio, aunque seamos incapaces de vislumbrar el rostro de esta nueva sociedad que está surgiendo. ¿Se sitúa más o menos a la derecha que la Europa que se construyó en la postguerra? ¿Es más nacionalista o, en realidad, lo es menos y, por lo tanto, más igualitaria? ¿Asistimos a un proceso acelerado de profundización de la democracia o a la manifestación de una deriva patológica de la misma? Casi cualquier respuesta que demos a estas preguntas resulta plausible. A veces las tendencias de fondo contradicen los movimientos coyunturales, es decir, la inmediatez de la política. Quizás sea ese el caso. Sólo el tiempo lo dirá.
Como el oleaje


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