Se diría que los hombres solo conocen de verdad aquello que han vivido en primera persona, aunque sus sueños se proyecten hacia un lejano pasado de tintes míticos o hacia un futuro utópico del que únicamente aciertan a percibir sus rasgos más brillantes. En cierto modo, podríamos afirmar que todos somos hijos de la posguerra: un largo periodo de paz y prosperidad que trajo consigo la extensión de las clases medias, un generoso pacto social al que llamamos Estado del bienestar, el final aparente de los nacionalismos y la progresiva cooperación comunitaria desde los ya lejanos Tratados de Roma. Ese continente surgido de la posguerra no puede entenderse sin la gran catástrofe que supuso la primera mitad del siglo XX: dos guerras mundiales, la caída de los imperios, la revolución rusa, el ascenso de los totalitarismos, Weimar y la shoah, los efectos del crac del 29 y la hiperinflación alemana.
Muchas gracias, Daniel, por tu artículo: la voluntad de acuerdo no es solo una virtud; es estrictamente una necesidad si se quiere convivir. Es realmente lamentable ver como enemigos a los que piensan distinto. Entre los que realmente piensan, hay tantos pensamientos como pensadores. Solo los que no piensan, aquellos que se adhieren a catálogos indelebles de consignas, ven a los adheridos a otro catálogo como enemigos.
De verdad, ¿no es evidente, con un juicio frío, que vivimos mucho mejor que nuestros padres, abuelos o bisabuelos a nuestra edad? ¡Cuánta irresponsabilidad hay en el discurso catastrofista!