Existe una belleza vedada a nuestros sentidos, oculta tras los muros de los monasterios. Peter Seewald y Regula Freuler le han dedicado un librito, con el título de Los jardines de los monjes (Ed. Elba). Ajenos al mundo, los jardines y los huertos del monasterio sellan un pequeño paraíso donde se refleja un sencillo orden natural que es, a la vez, profundamente humano. Nos recuerda Gregorio Luri, en su tratado sobre el conservadurismo, aquella conocida cita de Horacio Naturam expelles furca, tamen usque recurret sobre el inexorable retorno de la naturaleza a poco que el hombre abandone el cuidado de la tierra. Se diría por tanto que, sin nuestro trabajo, reaparece lo salvaje como un basso ostinato de la existencia. La evolución no sería más que esa lenta pero constante discrepancia de la creación con sus imperfecciones de origen.
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