El rabino Abraham Joshua Heschel –lo cuenta Christian Wiman– observó en una ocasión que la fe consiste básicamente en mantener la fidelidad hacia aquellos pocos momentos en que hemos tenido verdadera fe. “Consiste –escribe el poeta norteamericano– en una disciplina tenue y tenaz de la memoria y la esperanza”; es decir, del recuerdo de lo bueno que hemos vivido –lo mejor de nosotros mismos– y con la confianza puesta en el sentido que nos proporciona esta verdad. Carentes de teología, la lectura secularizada hunde sus raíces en una vivencia similar. Sabemos que hay sociedades que funcionan mejor que otras y políticos más nobles que otros. Sabemos que no todos los principios que rigen nuestra cultura son igualmente válidos, sino que hay virtudes necesarias y virtudes prescindibles. Sabemos, en definitiva, que la experiencia de lo bueno nos mejora y que la convivencia diaria con lo sombrío nos empeora, aunque sea por mimetismo. Y eso hace que –para bien o para mal– la luz del pasado alumbre el camino del futuro.
Sin complejos

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