Nuestro mundo se dirige ciego a los extremos. El filósofo francés René Girard planteó esta posibilidad en uno de sus últimos libros, dedicado al pensamiento del gran teórico de la guerra Carl von Clausewitz. Si los habituales diques de contención fallan –ya sea la legitimidad del mito en que se sustenta una cultura o la robustez del pacto constitucional–, se abre paso el contagio vírico de los fanatismos. Es decir, sin límites no hay que buscar tanto los motivos de la razón como el mecanismo de las pasiones. Cuando caen las ficciones compartidas y el emperador deambula desnudo, la risotada del pueblo adquiere tintes carnavalescos. Sólo que no es la alegría lo que rige, sino el desenfreno oscuro del resentimiento. El resentimiento –nos dirá Girard en este mismo ensayo– constituye “la pasión moderna por excelencia”. Es algo que comprobamos a diario. Es algo que podemos palpar con nuestras manos y ver con nuestros ojos.
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