Los contrastes definen al hombre y a la sociedad. Los romanos distinguían a los patricios de la plebe, aunque ambos formaban un solo pueblo, unido bajo las siglas SPQR. Tocqueville, en los albores de la democracia, observó también la tensión que latía entre el espíritu aristocrático de las viejas élites y el instinto igualitario que instigaba el deseo del pueblo llano, de modo que en el nuevo ciudadano de la república coexistirían –no sin fricciones– dos almas que se alimentaban mutuamente. Un ejemplo clásico lo encontramos en la educación francesa, que tomó del Gran Siglo su gusto por la exquisitez de la lengua. Si los reyes y su corte de nobles y hombres cultos habían dado forma a la alta cultura, «la República –escribe Pierre Manent– quiso imprimir en el corazón de todos los niños franceses la lengua del rey».
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