Los adivinos etruscos leían el futuro en el vuelo de los pájaros, en las entrañas de los animales sacrificados y en el destello de los relámpagos. A estos últimos, los augures los denominaban fulgura, de donde procede fulgor y fulgurante, que asociamos respectivamente a la luz intensa y a la velocidad. Se diría que el fulgor de una idea nos habla de su hechizo hipnótico y de la aprobación de los dioses, a los que entregamos nuestra vida si resulta necesario. El futuro queda iluminado por este resplandor, que es el de los creyentes y –en su vertiente negativa– el de los fanáticos. Los creyentes edifican un mundo nuevo; los fanáticos, en cambio, convierten el mundo en un infierno.
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