Los libros que no he leído | Pilar Mera Costas

por | Mar 9, 2018 | Los Libros Que No He Leído | 0 Comentarios

¿Qué libro que no he leído me ha influido más?

Cuando tenía diez años, me dieron un premio en el colegio. Satisfacción general. Banda, diploma y premio, que recitaba la madre Cristina, como un paje real de voz solemne. Siempre imaginaba un coro de soldados medievales trompeteros anunciando su aparición, pero no era una aventura caballeresca, sino la entrega de menciones de final de curso. En clase se repartían los boletines de notas y en el estudio, que lo mismo servía para representaciones, exámenes, conferencias o los ensayos del coro (con el famoso jarrón al fondo hacia el que teníamos que proyectar la voz), los diplomas. Los había de “Aplicación”, “Conducta”, “Trabajo”, “Conducta y Trabajo” y el de “Satisfacción general”. En este caso te tocaba subir sola al estrado, colar la cabeza y un brazo por la banda y quedarte muy quieta mientras te la ajustaban. Estrechar la mano de todo el equipo directivo y recibir de sus manos tu diploma y un paquete misterioso. Recuerdo la entrega como la peor parte, porque aunque era una niña sociable, incluso me solía tocar leer en público, también era razonablemente tímida y lo de tener a medio colegio pendiente de mí mientras estaba allí parada, sin hacer nada, me ponía un poco nerviosa. Por eso, a la vez que intentaba con éxito cero no ponerme como un tomate, me distraía pensando que mi banda azul y blanca era igualita a la que llevaba el rey Juan Carlos en la fotografía que presidía la sala e intentando adivinar cuál sería mi libro. Porque el paquete misterioso del premio era siempre un libro. El mío también lo fue y lo recuerdo como la mejor parte de aquella mención: la curiosidad por saber cuál sería, y la sorpresa y la alegría al abrir mi paquete ya de vuelta en mi silla. Celia en la revolución, de Elena Fortún.

Se supone que esto va de libros importantes para mí que no he leído, así que puede parecer extraño que haya empezado hablando justo de este. Porque, ¡vaya sí me lo he leído! Aquí lo tengo en mi mesa, amarillo por el paso del tiempo, gastado por el uso y tan bien cuidado como una cuida a lo que aprecia, disfruta y le provoca sonrisas de morriña y calorcito en el estómago. Pero la riquiña invitación de Daniel a asomarme por su casa virtual iba acompañada de toda la libertad del mundo para que, manteniendo la premisa inicial, escribiese como quisiese y de lo que quisiese. Esa es mi excusa. Cuando supe que el libro del que iba a escribir era la Historias de las dos Españas, de Santos Juliá, sabía que de lo quería hablar era de la “tercera”. Y Celia en la revolución fue la primera puerta por la que me asomé a ella.

Mi tía Mari Puri tenía en su casa toda la colección de Celia. Lectora voraz a la que su variedad de trabajos cansados de jornadas interminables y cuatro hijos no le parecían impedimento para leer y leer, cuando íbamos a su casa siempre me dejaba curiosear en la estantería. Mientras los mayores jugaban a las cartas, hablaban y fumaban, yo podía leer el libro que quisiese. No como en casa de mi tío Emilio, que con seis años sólo me dejaba leer los libros blancos de Barco de Vapor: “Sólo los de tu edad”, decía para zanjar mis protestas. No importaba que en casa ya me dejasen leer hasta alguno de los rojos, los “de mayores”, ni que los blancos, de letras enormes, mucho dibujo y poca chicha, me pareciesen preciosos para bebés. De todos los de mi tía Mari Puri, los de Celia eran mis favoritos. Me encantaban las historias de esa niña traviesa, imaginativa y preguntona que siempre se metía en líos. Y me siguieron encantando cuando Celia ya no era tan pequeña, cuidaba a sus hermanos y se fue a México por algo llamado exilio, que según mis padres era lo que pasaba cuando a algunos políticos no les gustaban tus opiniones y tenías que irte a otro país. Palabra parecida, pero no exactamente la misma que éxodo, que además de salir en la Biblia, era el título de una película en la que Eve Marie Saint y Paul Newman se iban a crear otro país. ¿La diferencia entre una palabra y otra es que exista el país o que te lo tengas que crear?, preguntaba yo. Sí, pero no, me respondían. Y seguía sin entenderlo.

Historia de las dos EspañasEl de Celia en la revolución fue el único de Celia que tuve, de ahí mi alegría al abrir el paquete. La sorpresa se explica porque no sabía que existía. La colección de mi tía estaba completa, un número tras otro y las historias engarzadas entre volúmenes. Aunque es cierto que, aparte de la respuesta sobre el exilio que me daban mis padres, nadie explicaba cómo Celia y su familia habían llegado a México desde un verano tranquilo en Segovia. En el prólogo y la introducción encontré la respuesta. Elena Fortún nunca llegó a publicar este libro intermedio, cuyo borrador terminó de escribir en el exilio en 1943. Su nuera, ya viuda y anciana, se lo entregó a Marisol Dorao, una filóloga que trabajaba sobre la escritora y que se encargó de pasarlo a máquina y editarlo. Aguilar lo publicó en 1987, aunque parece que pasó bastante desapercibido. Desapareció la primera edición y no se supo más hasta su reedición en 2016. Yo tuve la suerte de recibirlo cuando parece que ya no estaba en las librerías. En sus páginas leí mi primera historia sobre la guerra civil, filtrada por los ojos de una niña de quince años que pasa de Madrid a Valencia, Albacete, Barcelona, para volver a Madrid y a Valencia y partir al exilio. Por el camino, cuenta el miedo de los bombardeos, la imaginación para combatir el hambre, el horror al tropezar con los muertos de los paseos de la noche anterior, el temor por los que están en el frente, la angustia ante el asedio, los horrores del enemigo, la incomprensión ante el extremismo no compartido de algunos compañeros de tu bando… Ese mundo colorido de grises que se queda apagado entre los extremos que más gritan. Que se asusta ante los argumentos de su primo falangista, aunque llora su muerte, fusilado. Que se enamora de un joven guapo como Gary Cooper, que no consigue contagiarle un comunismo arrebatado que no entiende. Porque es republicana de corazón como su padre, dice la editora, y sigue siéndolo hasta cuando sabe que la guerra está perdida y acaba por ello sin nada, teniendo que marcharse de España. Una Celia que no juzga, que cuenta, sufre y se ríe, intentando seguir viva en todos los sentidos, manteniendo la esperanza por la que lucha su padre de un mundo democrático, libre y sin desigualdades. ¿Cómo no engancharse a esa postura?

Así que cuando unos años y muchas vueltas después, terminé haciendo el doctorado en Historia Contemporánea, a pesar de haber estudiado Periodismo y Políticas, el tema de mi tesis no podía acabar muy lejos. Empezó con el runrún de bucear en la cultura política republicana de Galicia y acabó convertida en la biografía de Manuel Portela Valladares, que como decía Paul Preston en Las Tres Españas del 36, encarnaba como nadie a la Tercera España. Que no es quedarse fuera de la guerra, pues él, como Celia fue tanto más republicano cuanto más cerca estaban de perderla, sino optar por un camino inclusivo, abominar del abuso y la barbarie, huir de los extremos, defender los cambios necesarios para una sociedad más moderna, más libre y más igual, creer en la educación y en la paz social como camino para conseguirlo, y en la democracia liberal, como el sistema que puede garantizarlo. Entre las R de reacción y revolución, la Tercera España es la R de reforma. ¿Y no te interesa algo más épico y más emocionante?, me preguntaban algunos. Como si defender el diálogo y el acuerdo en un momento en el que la violencia es lo moderno y lo útil, y el parlamentarismo, lo caduco que se quiere dejar atrás, no fuese la postura más emocionante, la más bonita y la más heroica, de heroicidades de carne y hueso. No se me ocurre otra que pueda atraer más.

Si Celia en la revolución es de todos los libros que me he leído el primero que me hizo abrir los ojiños de emoción e interés por este tema, hay dos libros que no he leído todavía con los que me pasa lo mismo. El primero no creo que llegue a leerlo, porque nadie lo ha escrito todavía. Es el libro de mi abuela y sus historias, la que nos contaba a mi hermana y a mí cuando nos acurrucábamos en su cama o cuando estábamos con ella en la cocina, sentada en el reposapiés de su silla de ruedas mientras pelaba patatas y nos contaba cualquier cosa. Cuentos de hadas, cuentos que se inventaba para nosotras y nuestras favoritas, sus historias de la vida real. Sobre su infancia, sus padres, nuestro abuelo, sus primas, los gatos a los que hacía patucos, el que tenía un ojo de cada color… Historias tan vivas, tan bien contadas, que creo que conocemos y queremos a algunos de sus protagonistas más que a otras personas con las que hemos compartido tiempo y distancia. Saber más de la vida real que le tocó a mi abuela cuando ya no pude escucharla más, se convirtió en uno de mis deseos más fuertes.

El otro libro es, claro está, Historias de las dos Españas. El de Santos Juliá es el primer nombre de contemporaneísta español que aprendí, mucho antes de ejercer de historiadora. Un librito sobre los orígenes del Frente Popular, una historia del PSOE y un montón de artículos de El País tienen la culpa. Desde entonces, he leído una buena parte de lo que ha escrito, incluida su última historia sobre la Transición, una recopilación monumental de lo mucho que sabe y de lo bien que lo cuenta. Sin embargo, en muchos sentidos es justo este que no me he leído, el que más influencia ha tenido sobre mis pasos. Dos recuerdos asociados a él me ayudan a explicarlo. El primero, mi sensación de sorpresa al descubrir su existencia. ¿Cómo puede ser que alguien tan amigo del matiz, tan artesano de la historia, tan poco dado a blancos y negros como Santos Juliá titule un libro como Historias de las dos Españas? Afortunadamente, la sorpresa de mi yo inexperto fácilmente impresionable no llegó a disgusto. La contraportada del libro y una entrevista me respondieron enseguida, dejándome tranquila. No era un libro que dividiese a España en la historia de dos bloques enfrentados, sino que recogía el relato de los intelectuales que habían contado el pasado como la lucha de esos dos bandos antagónicos. Desde los escritores que atestiguaban la revolución liberal de principios del XIX hasta los “protagonistas de la política de reconciliación y de los combates por la libertad y la amnistía” que recusaron ese concepto.

El segundo recuerdo es mi primera imagen de Santos Juliá en televisión. Aparecía en el telexornal, pero no hablaban de sus libros, sino de que le habían pegado presentando no sé qué con Santiago Carrillo en una librería de Madrid. Los agresores, una pandilla de ultraderecha que gritaba asesino a Carrillo, destrozaron la librería y pegaron a Santos. La imagen me dejó helada por la suma de horrores, y triste por lo que representaba: el intento de resumir todo a dos Españas que se pegan. Cuando descubrí que lo que presentaban era precisamente la Historias de las dos Españas, el libro se me grabó a fuego en mi mitología personal contra ese relato y en mi interés sobre saber y contar el gigantesco espacio intermedio. Que no era ni es, ni falta que hace, un bloque homogéneo, pero sí el cimiento y los ladrillos que construyen la sociedad del pasado que me gusta, del presente que disfruto y del futuro que quiero para las hijas e hijos de todo el mundo.

Historias de las dos Españas me ayudó a tener claro que quiero contribuir a contar la historia del resto. Y si puede ser, contarla tan bien como mi abuela.

Pilar Mera Costas es historiadora y especialista en la Segunda República.

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Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

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