Hay una perversión del sentido de lo humano que apela al radicalismo y rechaza la contradicción inherente a la vida. En cierto modo, se trata de una enmienda que la razón totalitaria plantea a la belleza, la cual –por naturaleza– es poliédrica. Diríamos que el arte no surge de consignas ni de manifiestos, aunque pueda lógicamente tener un recorrido ideológico. El arte, más bien, perdura por su capacidad de plasmar un misterio –el de la realidad, confrontada a los grandes temas– que resuena y fructifica de un modo distinto en cada uno de nosotros.
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