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El compositor ruso Piotr Ilich Chaikovski escribió una de sus más hermosas canciones, Strashnaya minuta (El instante temible), cumplidos los 35 años, cuando la decepción acompañaba su vida ya de un modo inseparable. El momento del miedo es el eco romántico de una pasión sumida en la inquietud del silencio: el minuto preciso que separa una respuesta afirmativa de otra negativa. Un amante declara su amor sin saber qué contestación obtendrá. Y en ese filo cortante, suspendido en el tiempo, se enfrentan las dos pulsiones primarias del deseo y la muerte, la plenitud y el suicidio. «No sabes –dice el poema– cómo me asustan estos momentos y el significado que tienen para mí. Tu silencio me entristece, mientras espero tu veredicto, tu decisión…». Chaikovski pide que la canción se interprete con ternura y que el acompañamiento de piano sea dolce, suave, introspectivo… De hecho, la pieza sugiere una melancolía susurrante, una luz matizada. El bajo ucraniano Mark Reizen la cantaba de forma insuperable en su vejez, como si viera reflejada su propia vida en aquella melodía –y también la de cualquier hombre, pues en el instante temible es cuando se corta el nudo gordiano y se confrontan el destino y la libertad, quizás para siempre–. Hay algo sobrecogedor en esta escena que irradia su sentido sobre la condición humana: el amor sólo es posible entre personas libres, que pueden decir sí o no. Y, al mismo tiempo, la respuesta que demos a esa pregunta nos ata a un sino del que lo desconocemos todo, a una fuerza ciega que ningún hombre sabe domeñar. La cuestión del destino es la de la libertad ante sus consecuencias.
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