«Hay una alianza natural entre la verdad y la desgracia –escribió Simone Weil–, porque una y otra son suplicantes mudas, eternamente condenadas a permanecer sin voz ante nosotros». Y, a continuación, apostilla que se puede encontrar más verdad en los balbuceos de un idiota que en las prolijas peroratas de un erudito hinchado de orgullo. Simone Weil no era cristiana y, sin embargo, esta paradójica relación entre la verdad muda y la desgracia sólo adquiere sentido si acudimos a la tradición judeocristiana. Así, en uno de sus discursos más chestertonianos, el célebre juez Antonin Scalia recordaba la etimología francesa de la palabra cretino, que deriva de chrétien (cristiano).
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