La historia del canon es también la de la cultura: cambia con el paso de las generaciones, se ensancha, crece en un sentido o en otro, se asienta en la memoria colectiva. Rehúye los límites estrictos de la intolerancia, ya que fundamenta la tradición, esa reserva civilizatoria de la humanidad. Con gran perspicacia, Miguel de Unamuno sostuvo que lo que avanza en la Historia es precisamente la tradición, y no el paso errático de las opiniones.
Cada época rehace el canon, al mismo tiempo que lo relee con el peso de los siglos bajo su mirada. Entre la primera edición del Quijote y nosotros se acumula la hermenéutica plural de unas cuantas centurias: de la profundidad metafísica de los románticos alemanes a la clave hispánica del 98 – Azorín, Maeztu, Ortega, el propio Unamuno. ¿Cómo escuchar los últimos cuartetos – o las últimas sonatas – de Beethoven sin considerar el legado de Schubert, Shostakóvich, Wagner o Brahms? Quiero decir que la iluminación es mutua: desde ayer hacia hoy, pero también en sentido contrario. Dicho de otro modo: la densidad del presente viene del pasado, con el futuro como un horizonte abierto de posibilidades. Visto así, la consistencia de la cultura se asienta en el canon y en nuestra relación con él.
Atreverse con los textos antiguos no es una tarea sencilla. En ocasiones nos disuade la textura del pensamiento, la distinta sentimentalidad o la espesura gramatical del lenguaje. Sin embargo, Occidente se ha forjado en la meditación continua de los clásicos, en el diálogo constante con la penetrante luz del ayer. Homero y Herodoto, Platón y Aristóteles, la Torá y los midrashim, Sócrates y Jesús, Sófocles, Ovidio y Cicerón, Tito Livio, Marco Aurelio, Pablo de Tarso, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, el Dante, Cervantes, Shakespeare, Milton, Keats y Voltaire, Goethe, Baudelaire, los grandes rusos – Dostoievski, Tolstói, Chéjov -, mi admirado Melville, Proust, Kafka, tantos otros… son nombres santos. Como lo son Josquin y Tomás Luis de Victoria, Bach y Beethoven, Mozart y Bruckner, Leonardo y Velázquez, Vermeer y Rembrandt, Giotto y Tiziano… Nombres santos. Nuestros padres.
0 comentarios