Para el mundo clásico Orfeo fue el primer teólogo, es decir, el primer cantor de lo divino. Su origen se pierde en el confín de los tiempos, entre las montañas de Tracia, junto a los animales del bosque, los manantiales y las grutas de las ninfas. Hablaba el lenguaje de los dioses, de la naturaleza y de los hombres. Ann Wroe nos cuenta, en su mitografía del personaje, que Orfeo “podía escuchar sonidos que nadie más era capaz de intuir”, como corresponde a un cazador de lo inaudible: el movimiento melodioso de los astros, la brisa sobre la hierba, el lento merodear de los insectos al caer la tarde, el relente que anuncia la escarcha matinal, la primavera que se anuncia en las primeras flores.
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