El filósofo hebreo Jacob Taubes afirmó en una ocasión que la historia del pensamiento occidental se divide entre los partidarios de Friedrich Nietzsche y los de Pablo de Tarso. De hacer caso a Taubes, diríamos que José Jiménez Lozano se inscribe en la estirpe familiar del Apóstol de los gentiles –y por familia entiendo una cultura y una sensibilidad -; no tanto por el apelativo de “escritor cristiano”– que a veces ha rehuido Jiménez Lozano -, sino por el componente de conversión –de ruptura ética con lo ya establecido– que define su obra.
Siendo un autor de honda raigambre castellana y de evidente aliento europeo, la peculiar voz narrativa de Jiménez Lozano resulta indisociable de los márgenes en los que se sitúa. Quiero decir que no hablamos de un escritor canónico –aunque sin duda la historia le reservará un lugar destacado en la literatura española del siglo XX-, sino de alguien que se inserta plenamente en lo que el jesuita francés Michel de Certeau llamó la “tradición humillada”, es decir, la de aquellos que, por vivir al margen de los poderes de la Historia, son capaces de esclarecer el mundo que nos rodea.
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