La línea estamental

por | May 23, 2017 | Animal Social | 1 Comentario

La línea estamental se está rompiendo. La línea estamental es la de las elites extractivas, la de los poderes antiguos y la riqueza patrimonial; la de los colegios profesionales y los pseudomonopolios; la del empleo estable, los sindicatos y las garantías sociales. El principio de incertidumbre se ha apropiado de la mayoría de elementos que aportaban estabilidad: la familia se fractura, el bipartidismo se erosiona, las instituciones caen en el descrédito.

Para el economista Tyler Cowen, ni el presente ni el futuro dependen ya de la vieja corte de privilegios, sino que pivotan sobre el doble eje de los vínculos personales y la compleja relación entre la máquina y el hombre. Las redes sociales apuntan hacia una sociología del “me gusta” que no facilita precisamente el funcionamiento del largo plazo en las instituciones. Apunten este dato: esa sociología del “me gusta” constituye la modernidad de Podemos y lo confirma como alternativa aparente al sistema. Podemos, o el proceso soberanista catalán, se mueven en la superficie epidérmica del deseo. O de sus contrarios: el disgusto, la rabia y el resentimiento. Plantean preguntas claras, cortantes; imperativos emocionales que no admiten el matiz: ¿te gusta o te disgusta la casta? ¿Perteneces a ella o no? ¿Estás por el derecho a decidir o por el pacto constitucional? Los silencios resultan tibios; la tercera vía, una equidistancia cómplice; las dudas, una muestra de debilidad. Para Podemos – lo ha dicho Pablo Iglesias -, el fracaso sería no tomar el poder. Del discurso antisistema al flirteo con la solución escandinava, su discurso se desplaza con la ligereza del emoticono. La sociología del “me gusta” es la de la incertidumbre. Nada es fijo, nada estable. Dando al icono correspondiente, uno se siente partícipe de un relato y de una épica. No sólo partícipe, también protagonista.

Esta ruptura de la línea estamental va a tener consecuencias significativas. Y algunas resultan ya evidentes. Determinados sectores industriales están abocados a una reconversión dramática. La competencia se incrementa en la misma medida en que la economía se globaliza y la tecnología hace obsoletos un buen número de empleos. La rotación laboral es despiadada. El trabajo en red vía freelance adquiere protagonismo. Los colegios profesionales tienden a perder privilegios. Las ciudades abiertas ganan, mientras quedan atrás los sistemas cerrados. En clave española, el cerco sobre los modos políticos de la Transición se irá cerrando bajo la presión de la incertidumbre. ¿Por qué confiar en los partidos tradicionales y en las reglas del Estado constitucional si ya no me garantizan un futuro? El derecho a decidir – esa epifanía del “me gusta”- se convierte en una fuente legal indiscutible. Permite además construir un relato nuevo, emancipado de las servidumbres del pasado: ya sea la casta, la corrupción, el PP, el PSOE, las multinacionales, la banca, la Iglesia, el ejército… La última moda no consiste ya en liberarse de la herencia del franquismo, sino más bien del peso de la Transición. ¿Cómo podemos sentirnos vinculados por el lazo constitucional – se preguntan los jóvenes – si nosotros no participamos de ese proceso?

El pensamiento, incluso el más insustancial, responde siempre a una lógica interna. En este caso, cada generación ocuparía de nuevo el espacio de la refundación. No nos sentimos atados por el ayer ni por el mañana, sino sólo por nuestros deseos más urgentes. La sociología del “me gusta” tiene mucho que ver con el carpe diem horaciano: vive el momento, disfruta del instante. La responsabilidad – en definitiva – se vincula con el presente; no con el pasado que te oprime, ni con el sistema contra el que luchas, ni tampoco con un futuro que desconoces. Pero el problema es que las sociedades sólo se construyen a partir de la confianza, la credibilidad y la seguridad jurídica. Es decir, algo por lo que valga la pena perseverar en el tiempo. Y ese algo no es lo estamental, ni el poder omnímodo de las multinacionales, ni la mediocridad imperante de la clase política. No es eso, claro está. Pero sí lo es el sentido reformista, el sentido institucional, el sentido pactista. Son valores morales para una época de incertidumbre: los valores, digamos, propios de una constitución.

Artículo publicado en Diario de Mallorca.

Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

1 Comentario

  1. Lo superficial prima

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