Me gustaría escribir con una luz gastada y vieja, ensombrecida por el peso de los días; y no bajo la luz nueva y virgen, ligeramente pudorosa, de la mañana. Una luz gastada, sí, que no sea carne de mito, ni puedan manosear las utopías, sino que recuerde a Europa y beba de sus fuentes: Homero y Esquilo, Heródoto y Platón, Séneca y Virgilio. Me gustaría usar una lengua que ya no es nuestra ni volverá a serlo; una lengua que apenas comprendo y que ha sido levadura de los siglos.
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