La lectura nos ayuda a redescubrir el rostro oculto de la suavidad. Acudamos a la etimología: suavitas en latín significa dulzura. Se diría que es suave la vida civilizada, el diálogo pausado, la penumbra de las casas burguesas, la serena alegría de los conciertos de Mozart, la pintura holandesa, el bodegón español. Es suave la luz pura del gótico cisterciense, el preciso orden de las columnatas griegas y los pliegues en mármol de una escultura de Miguel Ángel. Es suave Bach, pero no Beethoven; los lamentos isabelinos de Dowland, pero no las trompas wagnerianas.
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