Los relatos de emigración constituyen la memoria mitificada del pasado, de un ayer que llega roto, como el fragmento de un mosaico, desconchado por el paso de los años. Con el tiempo –y la distancia– los perfiles se difuminan, los rostros se endulzan o se agrian, el silencio adquiere una densidad especial, misteriosa, nostálgica. En su prólogo a Sabía leer el cielo, John Berger subraya que «el silencio de lo no dicho siempre funciona subrepticiamente junto con otro silencio, que es el de lo indecible. Lo que no se dice en un momento puede decirse en otra ocasión. Pero lo indecible no puede decirse nunca o quizá en una oración, y eso lo sabrá Dios, no yo».
Extracto del artículo publicado en ABC Cultural. Puedes seguir leyendo aquí.
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