Las últimas encuestas apuntan a un deterioro de las expectativas electorales del conglomerado Podemos y a un relativo estancamiento del PSOE. Los principales favorecidos por la repetición de las elecciones serían el PP y Ciudadanos, contando con una menor movilización del voto y, en el caso popular, con la mayor fidelidad de sus votantes. Debemos coger con pinzas estos datos. Quizás marcan una determinada tendencia que puede apuntar hacia cierto desengaño con las posturas maximalistas del partido de Pablo Iglesias, el cual además empieza a mostrarnos sus costuras internas. No creo que unas nuevas elecciones cambien mucho el sentido del voto de los españoles y menos aún a medida que se vaya acercando el día clave.
Si recordamos bien, unos meses antes del 20-D, las encuestas pronosticaban un sorprendente ascenso de C’s, que amenazaba incluso con el sorpasso al PSOE, y una gran caída para Podemos. El resultado final fue el opuesto, en parte, por errores de Rivera –que dio la sensación de ser un candidato todavía a medio hacer y demasiado pendiente del marketing– y, en parte, por la magnífica campaña de las distintas mareas que daban su apoyo a Iglesias. El descontento con la actual coyuntura política y económica refuerza, sin duda, a los partidos que expresan su indignación con mayor contundencia y que, además, responden a una ideología claramente populista. El malestar juega siempre a favor de los discursos que ponen su énfasis en el choque entre buenos y malos, en la retórica de amigos y enemigos o de la casta contra el pueblo. Por eso mismo, hablar hoy en día de partidos beneficiados por una eventual repetición de las elecciones es irrelevante: el caos político español seguiría prevaleciendo.
Es probable, de todos modos, que el único partido que haya mejorado su imagen a lo largo de estos tres meses sea Ciudadanos. A su favor juega el prestigio del pacto y la cintura que ha demostrado Rivera. A pesar de que la alianza con el PSOE pueda dañar de algún modo a su núcleo de votantes más conservadores –molestos con el giro a la izquierda–, su acuerdo con Pedro Sánchez logra difuminar un repetido mensaje de campaña que describía a la nueva formación como la marca blanca del PP. En realidad, C’s es un producto de aluvión, que se ha ido construyendo a partir de materiales de distinta consistencia: gente ilusionada, desengañados de otros partidos, oportunistas, elites académicas y profesionales de diferentes ámbitos. Su fuerza reside en la clase media de las ciudades, pero todavía dista de ser una formación relevante en las inmensas zonas rurales del país. Y su ideología, en muchos aspectos, continúa siendo un misterio. O, mejor dicho, sencillamente se va haciendo sobre la marcha. Aunque, sin duda, la imagen de Rivera ha mejorado en estos meses, su “momento” es discutible y cuesta adivinar cuánta de esta simpatía creciente hacia su figura puede traducirse en votos reales. Y lo mismo sucede con cualquier otro candidato. Sánchez se mueve en todas direcciones, pero sus bases de apoyo en el PSOE son débiles y con un flanco andaluz bastante escéptico. Creer que Podemos y sus mareas se encuentran en crisis me parece mero wishful thinking, un espejismo como cualquier otro. Y que un PP rodeado por la hostilidad de todos los demás partidos crea que, una vez pasado el verano, pueda formar gobierno resulta poco creíble. Al menos, a día de hoy. Y me temo que lo único que evidencia la repetición electoral es el doloroso fracaso de la política.
Artículo publicado en Diario de Mallorca.
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