Entrevista a Antoni Puigverd (Parte II)
En el libro, usted huye de lo fugaz para reflexionar sobre el sentido de lo humano: indaga sobre los sentimientos y se pregunta por la transmutación de los valores. Hay una perplejidad en La ventana discreta que reivindica la necesidad intelectual de la duda, especialmente en un mundo azotado por los dogmatismos maniqueos. “La duda, ciertamente, corroe la propia identidad”, escribe. Creo que todos los grandes humanistas de Europa, de Montaigne a Erasmo, estarían de acuerdo con esta afirmación. Lo propio de la democracia serían las identidades imperfectas, prudentes, más que las grandes exhibiciones de la voluntad…
Una visión cínica sostiene que la democracia mantiene la guerra por medios pacíficos y que esto es ya un gran avance. Lo es, ciertamente. Pero nunca aleja realmente el peligro de la guerra. Es más, la violencia verbal maniquea puede llegar a ser una forma de guerra menos cruenta, pero no menos dañosa para las personas y los bienes. El bullying puede no ser físico, pero destroza igual a quien lo sufre. Para conjurar la guerra real o simbólica, es necesario el rigor cívico. Y uno de los ingredientes esenciales del rigor cívico es la contención. La contención implica aceptar límites a tu identidad personal o colectiva. Aceptar que no podrás desarrollarlos al máximo. Aceptar la imperfección.
Para no quedarme en mera retórica abstracta lo concretaré a partir de mi identidad catalana. Una parte de catalanes, ahora aparentemente menor que en otros tiempos, aprendimos a aceptar el límite que implica la existencia del otro a fin de garantizar el bien mayor: una sociedad de equilibrios. Lo aprendimos durante el franquismo, cuando nuestra lengua era perseguida y nuestra identidad invisibilizada. A conseguir este equilibrio empleamos las mejores de nuestras energías en el antifranquismo y después en democracia. El catalanismo integrador cree que no hay nada más importante que la unidad civil. Unidad que se funda en la aceptación de la diferencia y en el respeto a las minorías. Es distinto del nacionalismo de origen herderiano, que preside la vida española y que preside también ahora, desde hace unos años, la vida catalana. Aunque ambos nacionalismos son modernos y democráticos, amén de tener un discurso integrador, pues se jactan de aceptar al diferente, no pueden resistir la tendencia al uniformismo, a la ilusión de la pureza, a la persecución de la homogeneidad, al perfectismo nacional, lo que implica la construcción de un relato falso sobre el pasado, en el que la historia juega un papel predominante. Desde hace años, debido a la fuerza del independentismo catalán, está de moda criticar la manipulación de la historia que se da en Cataluña. Una manipulación que enfatiza el relato romántico. El problema de esta crítica es que se hace sin espejo. Leo hoy mismo una entrevista a Carmen Iglesias, directora de la R.A. de la Historia en la que carga sin ambages y con gran saña contra la educación en Cataluña (afirmando cosas de las que no tiene pruebas, por ejemplo: “¡Que a unos niños en Cataluña les pregunten “quién nos roba” y contesten “España”, eso es adoctrinamiento!”. No sabemos de dónde saca una señora de tan alto rango institucional esta afirmación (he sido profesor de instituto y sigo manteniendo mucha relación con este tipo de centros, no tengo noticia alguna de que lo que sostiene Iglesias sea cierto). Y sin embargo, sin necesidad de inspeccionar centros, simplemente abriendo el televisor podríamos comentar la serie de gran éxito que TVE programa sobre los Reyes católicos que ahora continúa sobre el emperador Carlos, en los que se habla de “lengua común” (¡en el siglo XV!) se evita citar Barcelona y Valencia y, por supuesto, en la época de los Papas Borgia, cuya correspondencia con sus hijos fue escrita en catalán, dicha lengua no existe. La identificación romántica entre España y Castilla sigue vigente en el máximo instrumento de creación de ideología que es el televisor y esto sucede ante la total despreocupación de la intelectualidad española, que solo sabe ver la paja en ojo ajeno.
Soy y he sido muy crítico sobre el llamado procés, lo que ciertamente no es fácil en un momento en el que el independentismo es hegemónico, pero me resisto a establecer una descripción maniquea, especialmente viendo lo cómodamente instalada que está la clase intelectual española en los tópicos de tradición romántica que propagó hasta la náusea el franquismo (educador de las generaciones que han mandado en España hasta ahora mismo, no se olvide).
Fuente: Nueva Revista.
Entrevista completa: Antoni Puigverd (II): “La identificación romántica entre España y Castilla sigue vigente”.
Lea aquí la primera parte de la entrevista.
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