El 30 de agosto de 1976, George Kennan, exembajador estadounidense en Moscú, viajó a Washington para comer con Henry Kissinger. En sus diarios, anotó que éste le había confesado su fracaso “en el intento de introducir alguna profundidad de concepto y de sutileza en la diplomacia americana”. Escéptico, pesimista y conservador, Kennan seguramente sonrió aquel día. “Kissinger –prosigue– es un hombre sabio, cultivado y de conversación agradable”. Y apostilla: “Estamos básicamente de acuerdo, sobre todo en lo que concierne a la mentalidad militar y a su influencia sobre la política”.
Extracto del artículo publicado en ABC. Puedes seguir leyendo aquí.
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