Foto: Sandro Schroeder
No hay que subestimar la barbarie. Vive con nosotros, se alimenta de nuestros miedos y golpea allí donde se agazapan nuestros temores. A lo largo del siglo XX, la promesa de la tecnología consistió en garantizarnos seguridades, en saber predecir el futuro, en eliminar la incertidumbre. Se trataba de una promesa civilizatoria, frente a un pasado oscuro. Si hacemos caso de Steven Pinker, la violencia ha disminuido a nivel global pero no nuestra percepción de peligro. La higiene, los antibióticos y la medicina preventiva han permitido alargar la esperanza de vida de un modo espectacular y, sin embargo, muchos pacientes viven con ansiedad cada una de sus pruebas diagnósticas. La necesidad de proteger nuestro espacio de derechos ha reducido, paradójicamente, el campo de libertades. El control de la correspondencia privada, de los comentarios en las redes sociales, de nuestro itinerario por la ciudad mediante el GPS de los móviles, del consumo privado que hacemos con tarjeta de crédito, etc., permiten predecir con un gran margen de acierto el comportamiento colectivo, pero no eliminar por completo el riesgo de terrorismo. Una sociedad orientada a comprar seguridad se convierte también en una sociedad cargada de miedos: algunos irreales y otros no tanto. Las ideologías del resentimiento han hecho mucho al respecto.
Los atentados de París abren un escenario nuevo para la fatigada Europa del siglo XXI. El pánico, por un lado, a pesar del heroico ejemplo cívico de los franceses; el resentimiento, por otro, que constituye el caldo de cultivo del fanatismo totalitario. Hay que ver en la ideología, más que en la religión, el auténtico elemento aglutinador del islamismo radical: una religión ideologizada, quiero decir, y por tanto falsa, asesina. Para los terroristas de ISIS, Europa representa todo aquello que odian y desean destruir: los derechos de las mujeres y la libertad de conciencia, el cristianismo y la laicidad, el poder político y la influencia económica y cultural de las multinacionales. Frente a esa amenaza, Europa ha respondido con su habitual dosis de ingenuidad burocrática y de buenismo: la caótica gestión de la guerra en Siria y de Oriente Próximo, la atomización nacional del espionaje, el descontrol migratorio, la inoperancia militar, el moralismo utópico del diálogo intercultural, la indiscutible penetración del EI en nuestro continente… En un interesante artículo para la Revista 5W, Pablo R. Suanzes señala que entre cuatro y cinco mil europeos dejan cada año sus países para unirse a las tropas del califato en un viaje que, a menudo, es de ida y vuelta: muchos vuelven ya entrenados militarmente y dispuestos a recibir órdenes. Y a matar, como hemos podido comprobar en París. “El Estado Islámico –insiste Suanzes– lleva mucho tiempo en Europa. No hay indicios de que eso vaya a cambiar.”
Por supuesto que es así, y de ahí la inmediata reacción de Hollande: no se trata de un atentado terrorista sino de un acto de guerra contra el corazón de nuestras creencias. La barbarie vuelve a llamar a la puerta y nos golpea, pero al mismo tiempo ya está dentro y convive con nosotros en nuestras ciudades, en los barrios, en los colegios y en las calles. Apelar a la guerra, supone apelar a la OTAN –un país de la Alianza ha sido atacado–, aunque debería implicar mucho más: reconocer por ejemplo que la integración europea, no sólo la económica, es una exigencia imprescindible para nuestra propia supervivencia. Al igual que después de la II Guerra Mundial Occidente tuvo que afrontar el peligro del comunismo, ahora toca afrontar de nuevo la barbarie de los que quieren destruir la civilización. El embajador Kennan, autor del famoso “largo telegrama” que puso las bases de la Doctrina de la Contención, recomendó durante la Guerra Fría firmeza y mano tendida. Quizás sus palabras valgan también para hoy: firmeza frente al terror y una política inteligente que distinga entre ISIS y el corazón del Islam. La barbarie ya está aquí y busca retroalimentarse. Es algo que no debemos aceptar si no queremos que termine afectando al perfil de nuestra identidad. El espacio central de la civilización es el que se orienta en contra del resentimiento y el miedo. Y es, sobre todo, el que defiende la libertad respetuosa de las sociedades y sus ciudadanos.
Artículo publicado en Diario de Mallorca.
Me parece muy acertado tu artículo. Ante las ideologías del resentimiento y la barbarie hay que buscar respuestas consensuadas y no de aislamiento. Hay que confrontar la excepción yihadista para defender el estado de derecho. Creo que Europa, como bien sugieres, necesita la integración sino me temo que va a tener que confrontar una desintegración desbastadora.
Estimado Profesor Medina, usted es un especialista en el análisis de la violencia política y el terrorismo y acaba de publicar en EE.UU. un libro al respecto Terrorism Unjustified https://rowman.com/ISBN/9781442253513/Terrorism-Unjustified-The-Use-and-Misuse-of-Political-Violence# En su opinión, ¿cómo debería actuar Europa y Occidente en su conjunto para defenderse del yihadismo? Y otra pregunta relacionada con sus intereses (Locke y Schmitt): ¿cree que el liberalismo parlamentario cuenta con las herramientas suficientes para hacer frente a este tipo de desafíos o que las necesidades de seguridad nos encaminan hacia algún tipo de mayor control de las libertades? Gracias.
Estimado Daniel:
Creo que las respuestas de los las democracias constitucionales y parlamentarias a las amenazas yihadistas van a depender un tanto de las peculiaridades culturales y de las vivencias históricas de cada país. Por ejemplo, en EEUU el derecho a la privacidad está más arraigado que en muchos países europeos, incluyendo la propia Inglaterra. Por tanto, no creo que dichas amenazas vayan a comprometer a largo plazo nuestros derechos civiles o políticos. Por otro lado, el estado de emergencia es una característica típica del derecho francés. Así que Francia está tomando medidas más drásticas al confrontar a los grupos yihadistas.
No obstante, independientemente de las peculiaridades históricas de cada país, el liberalismo democrático cuenta con instrumentos legales y políticos para confrontar amenazas internas o externas. Así se demostró durante la Guerra Civil Norteamericana y contundentemente durante la Segunda Guerra Mundial. A propósito, ya John Locke en 1689 en su Segundo Tratado de Gobierno proponía el concepto de prerrogativa para lidiar con amenazas externas. Carl Schmitt se percató durante la república de Weimar que hay tenciones fundamentales en el liberalismo, pero a mi entender erró en creer que el mismo no disponía de herramientas fuertes para neutralizar su famoso “estado de excepción.”
Los ideólogos del odio, como los yihadistas, se equivocan en subestimar los valores liberales. Que el liberalismo político promueva la tolerancia, el compromiso, el laicismo y el diálogo no quiere decir que sus defensores no estén dispuestos a defenderlo a cabalidad.
Una cuestión sobre la que debemos indagar es el porqué de ese viaje de ida y vuelta que señala el artículo: por qué estos atentados los cometen a veces hijos o nietos de inmigrantes, por qué personas que ya deberían estar integradas, que deberían haber asumido la conquista que suponen los valores occidentales, muestran ese odio hacia una sociedad que les ha proporcionado un nivel de bienestar inimaginable es sus países de origen. Podemos señalar muchas causas; quisiera hacer hincapié en una: el mito que supone la tierra de origen para el «transplantado». Al igual que el hijo adoptado tiende a mitificar a sus padres biológicos, el descendiente de inmigrantes, especialmente si no se siente tratado como un igual en su lugar de nacimiento, fácilmente asociará su lugar de origen a un paraíso perdido. Si encuentra a alguien que le seduzca con un relato maniqueo bien construido, la semilla del odio germinará fácilmente.
En cuanto al debate atentado terrorista vs. acto de guerra, me parece poco productivo. El terrorismo es una forma de guerra, es una cuestión de método. Para el caso que nos ocupa, diría que a nivel global es una guerra y a nivel local es terrorismo. No podemos usar la misma estrategia para combatir al Estado Islámico en Irak que para impedir la explosión de una bomba en París.
Hola David Solís:
Pienso que «el mito de la tierra de origen» que comentas, juega su papel; pero creo que el papel fundamental es la tesis del artículo de Daniel: La ideología del resentimiento. Y es que el resentimiento es mucho mayor en los hijos de los inmigrantes, pues sus padres ven normal no tener el nivel de vida del país al que emigran, pero sus hijos han nacido en Francia y se sienten mal por no tener el mismo vivir que el francés de padres franceses. Y como siempre aparecerá el político populista que les diga que todo lo que no tengan es porque están discriminados, tenemos la fiesta armada.
Esos mismos políticos también les dicen a los «pobres» patrios que son pobres porque los ricos se lo han robado, y no entran en más profundidades «académicas», no vaya a ser que se les vean las grietas de sus razonamientos.
David Solís, Juan, muchas gracias por vuestros comentarios. En efecto, creo que la ideología del resentimiento actúa como un concepto clave para la hermenéutica de nuestra época. No el único, por supuesto, pero sí importante.
Agradecerle también el profesor Medina su respuesta. Al respecto, quisiera saber en su opinión, ¿qué elementos de la crítica de Schmitt al liberalismo democrático pueden jugar un papel positivo para la propia democracia? ¿Qué puede aprender la democracia de un pensador antidemocrático como era el alemán? Si puede aprender algo, por supuesto. Pero pensaba en los estudios que usted ha dedicado a la conjunción Locke/Schmitt