Una comunidad autónoma con un gobierno en funciones se lanza a romper la unidad del país. Y, al otro lado, un gobierno con el parlamento ya disuelto se apresta a responder. Es curioso que, en ambos casos, se trate de circunstancias excepcionales que nos alertan de un trimestre de infarto. En esta coyuntura, si se quiere evitar algún tipo de accidente mayor, deberán ser las principales instituciones nacionales las que logren mantener el equilibrio del Estado. Siguiendo la lógica expresada por Jordi Pujol hace ya un tiempo, la independencia sólo se logrará cuando se produzca algún acontecimiento sísmico que sitúe a Cataluña en las portadas de los medios internacionales.
¿Pensaba en la suspensión de la autonomía, en el encarcelamiento de Mas, en las calles ocupadas permanentemente como un nuevo Maidán? No lo sé. Pujol es consciente de que los Estados se protegen entre sí –resulta lógico en un mundo donde las relaciones se mueven por necesidades básicamente de carácter comercial– y que el contexto internacional no favorece las rupturas nacionales. Pero, al mismo tiempo, el expresident sabe que las cancillerías detestan los conflictos enquistados, más aún si llegan a afectar a los intereses económicos de sus multinacionales o provocan escozor en la opinión pública de los respectivos países. De ahí la voluntad nacionalista de provocar algún tipo de reacción contundente por parte del Estado que les permita escenificar un crescendo emocional de alto voltaje. Y de ahí también el interés de Rajoy por modular la respuesta, buscando además el consenso con las potencias europeas (Alemania, Francia, el Reino Unido). Mientras uno intenta provocar una infección, el otro pretende cauterizar la herida. Que los mercados bursátiles apenas se hayan movido estos días nos indica que los principales poderes económicos todavía distan de tomarse en serio la declaración del Parlament de Cataluña. A día de hoy, el foco de interés aún se sitúa fuera del arco mediterráneo. Y eso, creo yo, es un mérito de Rajoy.
La pregunta fundamental nos remite, de todos modos, al día siguiente de las generales. Si el Parlament se encuentra en manos de un partido, la CUP, con una clara vocación antisistema, los resultados de las elecciones nacionales también presagian una marcada fragmentación del hemiciclo con, al menos, cuatro partidos relevantes (PP, PSOE, C’s y Podemos), además de las minorías nacionalistas. No se puede descartar una gran coalición entre los populares y los socialistas bajo el paraguas de la reforma constitucional, aunque todo dependerá, una vez más, de la aritmética parlamentaria. Que Convergència y ERC se presenten por separado a las generales apunta en la dirección de una posibilidad no explorada hasta el momento y que conduciría a una participación de los diputados convergentes –en una era postMas- en el debate de la reforma de la Constitución. O, al menos, a una mayor flexibilidad para tantear pactos transversales. No es algo que se deba descartar si tenemos en cuenta la sociología catalana.
Lo cual plantea, a mi parecer, otras consecuencias. Es indudable que la solución al problema pasa por el espacio central del catalanismo político y no por sus extremos. Y, cuando hablo de catalanismo político, me refiero sobre todo a la tradición moderada (especialmente burguesa) del nacionalismo catalán y al doble eje vertebrador que representaban la vieja CiU y el PSC. Sin el colapso de estos dos partidos, el procés no habría tenido lugar; no, desde luego, con esa virulencia. Las crisis de CiU y del PSC suponen el correlato autonómico del desgaste del bipartidismo a nivel estatal, aunque luego el recorrido y las consecuencias de una y otra crisis hayan sido diferentes. Lo crucial, en todo caso, es que la solución pase por el centro, en lo que tiene de aglutinador de sensibilidades enfrentadas. ¿Quién ocupará ese lugar? El PSC, sin duda. ¿Y quién más? ¿Unió? ¿La nueva CDC? Son incógnitas todavía sin resolver. Tras el fracaso del plan Ibarretxe, el PSE gobernó durante una legislatura para que después llegase un PNV con formas distintas. ETA claudicó y el mundo radical de Bildu logró algunas alcaldías y diputaciones importantes. No sucedió nada porque el punto de equilibrio permanecía estable. Perderlo en Cataluña ha sido desastroso. Pero no me cabe duda de que, en algún momento –más pronto que tarde–, se recuperará.
Artículo publicado en Diario de Mallorca.
El mejor análisis de la actual situación política que he leído. De hecho, casi el único que no está escrito desde una trinchera partidista. Demuestra un conocimiento real de la situación en Cataluña y vislumbra como más probable la situación más razonable. Confío en que el seny se imponga y, de hecho, estoy convencido de que así será.
Ojalá, Sr. Prats, que se imponga el «seny», pero no comparto su optimismo. Pienso que se ha cruzado una línea que ya no admite vuelta atrás. Daniel Capó apela a un «espacio central del catalanismo» que no sé si todavía existe, o si no se atreve a manifestarse. Si ese «catalanismo razonable» lo encarnaba UDC, ya sabemos el apoyo popular que tuvo. Por desgracia, no creo que sea posible el acuerdo. Dependerá de la habilidad de cada contendiente para llevarse el gato al agua, esperemos que sin daños colaterales. Pero en España debemos estar siempre preparados para lo peor.