«Lo que importa es el tono”, subraya en una de sus Notas dispersas Josep Pla. En literatura, el ritmo encuadra, uniformiza, dota de regularidad, pero no ofrece propiamente una mirada sobre el mundo. El tono, en cambio, revela lo característico del individuo, el alma de la persona si se quiere: su voz más honda. Lo que importa del mismo es que nos desnuda y nos dice quiénes somos. De ahí que Pla rechazaba los excesos de la sentimentalidad, los cantos corales y el demonio de las masas. Había leído demasiado a Montaigne y a los moralistas franceses como para no proyectar una luz íntima sobre su escritura, incompatible con los caprichos de la moda. Admiraba la tenacidad, el esfuerzo, el trabajo constante y terco, la poesía de lo cotidiano, el carácter individual y la falta de dogmatismos.
Desconozco qué habría pensado el escritor catalán de la situación actual, pero supongo que habría discernido entre el tono y el ritmo, entre el credo personal y la fanfarria colectiva. Era un hombre inteligente. Sabía que la propaganda miente y que la luz de la verdad “no cae siempre en el lugar que a nosotros nos gustaría”. Esa es una forma de humildad. Y la humildad nunca es ostentosa.
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