Dos mujeres

por | Ago 5, 2015 | Solar Antiguo | 0 Comentarios

Dos son las mujeres que me acompañan este verano, aunque sean más, muchas más, las que nutren mi vida (y hablo sólo del arte): Jane Austen y  Charlotte Brönte, Simone Weil y Rachel Bespaloff, Ida Haendel y Tatiana Nikoláyeva, Marilynne Robinson y Emily Dickinson… Pero estas noches de calor espeso y humedad aplastante en que leo a James Salter y a la Karénina, me doy cita de nuevo con el pianismo noble y viejo de la rumana Clara Haskil (1895-1960) y de la rusa Maria Yúdina (1899-1970); judías la dos: sefardita de Bucarest la primera y cristiana ortodoxa conversa la segunda, con una raigambre mística que la llevó a desafiar el estalinismo y el régimen soviético. Amiga de Pasternak, se cuenta que la primera lectura clandestina del manuscrito de Doctor Zhivago tuvo lugar en el apartamento de Yúdina, en el que quizás también se reunieran para la ocasión Anna Ajmátova, Dmitri Shostakóvich y Nadezhda Mandelshtam. «Hay maestros –sostiene el compositor Alfred Schnittke, refiriéndose a la pianista de Nével– que enseñan paso a paso, sin dejar espacio para el error. Hay otros que te abren horizontes y te enseñan a mirar a lo lejos. Los hay finalmente, como Yúdina, que sencillamente siguen su camino sin importarles en absoluto quién los acompaña, aunque sean muchos los que lo hacen desde la distancia, por aquello hacia lo que apunta».

Hay algo profundamente trágico en ambas pianistas, que resume de algún modo la historia de Europa. Tal vez quepa hablar de unas Antígonas modernas, si creemos que los mitos se repiten como arquetipos a lo largo de los siglos. Encontramos en Clara Haskil la sentimentalidad de Proust y también su ligereza, aderezada con una melancolía introvertida y elegante. Fue protegida, en su período parisino, de la princesa de Polignac; padeció una grave escoliosis que la inmovilizaría durante cuatro años; y sobrevivió a un tumor cerebral que le detectaron a los cuarenta y pocos, cuando todavía no era la leyenda indiscutible del piano en la que se convertiría una década más tarde. Cuentan –desconozco si es verdad– que logró escapar del régimen nazi entrando en Suiza gracias a un guardia fronterizo, admirador suyo, que la reconoció. Su estilo era natural, aéreo y puro, alejado de aspavientos inútiles y de cualquier grandiosidad afectada. Su Mozart permanece indiscutido, junto al de algunos otros grandes nombres: Clifford Curzon, Alfred Brendel, Murray Perahia… Quizás también junto al de Yúdina, a cuya grabación del Concierto nº 23 de Mozart acudía, una noche tras otra, el dictador Iósif Stalin para mitigar su insomnio. Paradójicamente, Maria Yúdina se convirtió en la pianista de Stalin, lo cual le salvaría la vida. Clara Haskil, por su parte, murió en Bruselas en 1960 al tropezar en una escalera. El accidente la dejó inconsciente y, al recuperar la conciencia en el hospital, apenas logró susurrar unas palabras: “Gracias a Dios, los dedos no han quedado afectados”. Aquella noche tenía que interpretar a Mozart junto al violinista belga Arthur Grumiaux.

En Las santas del escándalo, el novelista Erri de Luca se retrotrae a una etimología del hebreo antiguo para distinguir al hombre de la mujer. «En hebreo –escribe el autor napolitano–, “macho” se dice zeker, que procede del verbo zakar, “recordar”. En esto consiste lo masculino, en recibir y transmitir a la generación siguiente el bagaje sagrado. “Mujer” (en el sentido de “hembra”) se dice en hebreo nekevá, del verbo que significa “hender”. Así, mujer significaría incisión, abertura, de donde sale la vida». Para de Luca, los libros transmiten la memoria de la humanidad, pero son las letras y las palabras –que son femeninas– las que conceden vida al arte. Por eso, los libros «están vivos y generan brotes nuevos en cada lectura, para cada generación».

Estas noches de julio, al escuchar las grabaciones de Clara Haskil y de Maria Yúdina, he pensado en las palabras de Erri de Luca y en cómo la cultura se asienta sobre la transmisión viva de lo recibido; una transmisión que no se remite a sí misma, ni tampoco se repite miméticamente, sino que apunta hacia un misterio creativo y fértil que nunca deja de asombrarnos y que nos conduce más y más lejos, no sabemos adónde.

Artículo publicado en Diario de Mallorca.

Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

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