En su memorable elegía dedicada a Winston Churchill, el historiador John Lukacs sostiene que el premier británico logró una prórroga de cincuenta años para Occidente. Lukacs, que luchó durante la II Guerra Mundial en Budapest y fue internado en un campo de concentración, sabía que a lo largo de la historia reciente de Europa la civilización y el nacionalismo han rivalizado como dos fuerzas enfrentadas y divergentes, del mismo modo que los populismos – con sus fauces de banalidad – representan la negación del progreso. La Historia se escribe con reglones torcidos, y a menudo con numerosas faltas y borrones, pero fue gracias a esa prórroga churchilliana que pudo conformarse el embrión de una Europa unida, el marco de paz y de colaboración más eficaz que ha conocido nuestro continente. Churchill fue el gran estadista de una época en que las democracias titubeaban, azotadas por el huracán del descrédito. Era, básicamente, un hombre de principios y de honor, no un ideólogo ni un doctrinario ni, mucho menos, un oportunista. Si la elegancia nos define, “el uso político del oportunismo – consignará Lukacs – es la línea divisoria que marca la frontera entre la barbarie y la civilización”.
Los grandes líderes surgen cada medio siglo. En el caso del Reino Unido, hay un hilo conductor que nos lleva de Gladstone a Churchill y de Churchill a Gordon Brown. Brown ha sido el hombre que ha salvado a Europa en dos ocasiones y a su país una tercera vez. A mediados de la década de los noventa, cuando Tony Blair teorizaba sobre la nueva izquierda, Brown se opuso contundentemente a la sustitución de la libra por el euro. Temía la pérdida de soberanía monetaria y, sobre todo, la falta de flexibilidad que acarrearía la moneda única ante un shock económico, ya fuera endógeno o exógeno. El tiempo terminó dándole la razón, como pudieron comprobar los británicos a partir de 2008. Aquel mismo año, Gordon Brown salvó a Europa del estallido financiero. Fue él quien se puso al frente de la Unión y capitaneó la respuesta a la crisis. A diferencia de los que repetían como un mantra la consigna de la desaceleración, Brown comprendió de inmediato que nos enfrentábamos a un choque sistémico de consecuencias incalculables. Hoy sabemos que en aquel año empezó la gran recesión, la desafección de los ciudadanos hacia la clase política y el desprestigio de las instituciones democráticas. Pero, sin el impulso del premier británico, sin su valentía y lucidez en aquellos meses cruciales, nadie sabe dónde estaríamos ahora. Mucho peor, sin duda. Mucho peor.
Los contrastes son dolorosos por lo que muestran. A día de hoy, no hay en Europa un primer ministro más desacreditado que David Cameron. Por el contrario, no hallamos a ningún otro político más reivindicado que Gordon Brown, ese hombre con aspecto de secundario en un drama de Shakespeare. Cuando hace una semana el Reino Unido y Europa se encaraban de nuevo al abismo como consecuencia de las decisiones de Cameron, Brown reapareció para levantar la campaña del “no” en un referéndum que se daba por perdido. Habló sin miedo, apelando a la mejor tradición de Escocia, la que une a Adam Smith con David Hume, a la Ilustración escocesa con las políticas sociales. Pidió a la mayoría silenciosa que no callara más y que no se dejara quitar la calle ni la bandera ni la dignidad ni el orgullo. Reclamó para todos lo que es de todos, frente a aquellos “cuyo único objetivo es destruir cualquier vínculo constitucional o político con el resto del Reino Unido”. Apeló a los valores universales de Escocia – la solidaridad, la justicia, el diálogo y la cooperación –, frente a la vía estrecha del nacionalismo. Hace años, cuando la campaña presidencial de Barack Obama se encontraba en su momento decisivo, el columnista de The New York Times David Brooks escribió que nadie le convencería de que John McCain, el oponente del candidato demócrata, “no fuera el mejor de los hombres”. Del mismo modo, nadie me convencerá de que Gordon Brown no haya sido el mejor político que ha dado Europa en estas últimas dos décadas. Frente a Blair y Chirac, frente a Aznar y Berlusconi, frente a Merkel y Sarkozy, Brown se erige como el estadista que salvó a Europa en dos ocasiones. Y no les quepa duda que la Historia así se lo reconocerá.
Artículo en Diario de Mallorca
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