Querido Joseba,
Ser isleño define el carácter tanto como haber nacido en Bilbao, veranear en las lujosas residencias de Mount Desert Island (Maine) o crecer junto a las galerías de un museo particular, como tu admirado Mosse. Recuerdo haber oído que de niño algún anciano todavía se preguntaba, entre el escepticismo, la duda y una nota de sorna, si el mundo exterior era tan grande como la isla o si, por el contrario, Mallorca agotaba las posibilidades del universo. La respuesta es que la insularidad constituye una civilización que delimita sus propios límites, un microcosmos conceptualmente infinito. “A un continental – constata J. C. Llop en una entrevista concedida a Pere A. Pons -, jamás se le ocurriría pensar que todo un universo cabe en su propio territorio”. Pero es así – lo isleño, digo -, como me imagino que quizás también suceda en tu Bilbao natal, aunque eso ya lo desconozco.
Además de un espacio geográfico sujeto a la dictadura de un horizonte, la insularidad es la consecuencia del mar en lo que tiene de bárbaro, épico y civilizatorio. El mar aporta la sensualidad de la luz y del color – en el caso mediterráneo -, el comercio y la apertura al exterior, las especies y la navegación, el temor a la piratería y el resquemor que cohabita con la tolerancia e, incluso, la indiferencia. La tragedia es un acto íntimo que adquiere una especial intensidad y se retransmite a través de los siglos, a menudo con el rostro de Caín. La insularidad es Europa sin serlo del todo o – mejor dicho – de una forma singular. Ahí Inglaterra, cuyos ideales han definido el ideal del gentleman, o esa doble novela insular del XX – El gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, y Bearn, de Lorenzo Villalonga – que ilustran el final de un mundo que fue y es Europa. El poder de atracción que sobre las elites culturales han ejercido – y siguen ejerciendo – las islas tiene mucho que ver con esta circunstancia de polo edénico, de microcosmos universal: Graves – o Miró – y Mallorca, Walter Benjamín – o Graham Greene – y Capri, Celibidache en las Lípari (mirando a Sicilia), Mendelsshon y las Hébridas…
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