El escritor boliviano, Edmundo Paz Soldán, es uno de los grandes novelistas hispanoamericanos de hoy. Profesor en la Universidad de Cornell – como el mítico Nabokov -, Ambos Mundos dialoga con el autor de Río Fugitivo, una de las Bildungroman cruciales de la última narrativa en español.
Empecemos por el principio, Edmundo. ¿Cómo se forjó el lector? ¿Quiénes eran de niño tus referentes literarios?
Yo diría que mi pasión por la lectura despertó a los diez años. Tenía en colegio a un profesor que nos daba a leer libros de Emilio Salgari. De ahí hubo un paso directo a la biblioteca de mi padre, que estaba poblada de novelas policíacas. Mis referentes de esa época eran Agatha Christie, Ellery Queen, John Dickson Carr. En la adolescencia temprana descubrí el Boom, sobre todo Vargas Llosa y García Márquez, y no me fui más de ahí. A los catorce años me deslumbraron Borges, Kafka y Nabokov. Me dije, “si esto es la literatura, quiero ser escritor”.
De Cochabamba a Buenos Aires – donde estudiaste ciencias políticas – y de Argentina a California – donde llegaste, si mal no recuerdo, con una beca para jugar al furbol – y luego a Cornell, en el Estado de Nueva York, ¿de qué modo te ha formado la trashumancia? ¿Crees que ese exilio, ese vivir un poco en la frontera de un país a otro, de una cultura a otra, constituye el modelo contemporáneo de la ciudadanía?
Como escritor, esos viajes me han permitido desfamiliarizarme de todo. Vivo más de veinte años en los Estados Unidos, pero mi mirada sigue siendo extrañada. Y cuando vuelvo a Bolivia ya no la miro con los ojos familiares del que vive allá. Todo me extraña, y esa mirada es fundamental para la escritura. Mi última novela, Norte, habla de tres personajes desarraigados en los Estados Unidos. Un amigo escritor, el peruano Iván Thays, me dijo que en realidad esa novela era muy íntima, que estaba hablando de mí, que yo era un desarraigado. No lo decía como crítica sino como la constatación de un hecho. Jamás lo había visto así, pero es cierto que ese constante movimiento produce cada vez más individuos con las raíces en el aire.
Ya asentado en los EE.UU., me gustaría preguntarte por tus referentes norteamericanos.
Si tuviera que mencionar a uno solo, diría Faulkner. Lo descubrí en Buenos Aires a los diecinueve años. Bayard Sartoris es uno de mis personajes favoritos de la ficción. Me fascinaba ese clima alucinado de cada uno de sus párrafos, como leer con la cabeza bajo al agua. Después me fui a vivir al Sur de los Estados Unidos, a Alabama, y allá entendí mucho más de ese pasado trágico del que hablaba Faulkner.
¿Y de los actuales?
La novela más perfecta de la ficción contemporánea de los Estados Unidos es Ruido Blanco, de Don DeLillo. Philip Roth es otro: Pastoral americana y La mancha humana quedarán como clásicos. Me gustan mucho los cuentos de Lorrie Moore, Wells Tower, Donald Ray Pollock, Amy Hempel. Me gustan Michael Chabon (Kavalier & Klay), Neal Stephenson (Cryptonomicon), Denis Johnson (Hijo de Jesús)…
Nunca has sido un novelista que hayas rechazado la cuestión política y moral de la sociedad, la boliviana en primer lugar, pero también la hispana en su sentido más amplio. ¿Crees que los escritores tienen el deber de configurar algo así como el relato de su tiempo?
Sí, creo que sí, pero ese relato puede escribirse sin hablar directamente de política o de temas sociales. A mí me gusta hacerlo, pero celebro que haya escritores que tomen otros caminos para decirnos cosas importantes del presente. La novela ha sido un género privilegiado gracias a su capacidad panorámica, abarcadora, pero hay ciertos poemas, ciertos cuentos, ciertos aforismos que son fundamentales para esa arquitectura moral de nuestros países.
Una de las facetas más interesantes de tu proyecto como narrador es el papel que juegan los jóvenes. No escribes novelas juveniles, pero sí que muchas veces los protagonistas son jóvenes…
La infancia y la adolescencia están algo descuidadas en la literatura en español. Habría que explorarlas más, darles la importancia narrativa que se merecen. Cuando comencé a escribir Río Fugitivo me puse a buscar modelos y me encontré con muy pocos pocos (el fundamental: La ciudad y los perros).
Háblanos de un espacio mítico en tu literatura, Río Fugitivo.
Después de tantos años de vivir lejos de mi ciudad natal, Cochabamba, sentí que ya no podía intentar narrarla como era sino como mi imaginación la había reinventado. Así nació Río Fugitivo, un espacio donde los personajes sueñan con la modernidad pero no pueden dejar de ser tradicionales.
Tú has tratado mucho los aspectos de las nuevas tecnologías. Pensaba ahora en la polémica que ha atizado ahora el gran Mario Vargas Llosa con su último ensayo “La civilización del espectáculo”, que alerta del crepúsculo de la gran cultura devorada por las redes sociales, Internet y los ebook. En este debate, ¿dónde te posicionas? ¿Vivimos realmente en el peor de los mundos posibles?
A medida que pasan los años tendemos a la nostalgia, a idealizar el pasado. Internet no frivolizará la literatura, simplemente le dará un desafío más a superar, y también un medio del cual alimentarse creativamente. La literatura sobrevivió al cine, a la televisión, no veo habría que tener miedo a un nuevo medio. Aunque supongo que ese miedo es inevitable. En el mundo de la cultura tendemos a discursos apocalípticos, a sentir que todo conspira contra la salud de los productos artísticos.
Visitas a menudo España y cada pocos años sueles pasar unos meses viviendo en Madrid. ¿Cuáles son las diferencias más notables que observas entre la novela que se escribe en ambos lados del Atlántico? ¿Y qué escritores actuales en castellano te interesan?
Encuentro en la literatura española de hoy ciertas exploraciones formales interesantes, mientras que en la latinomericana hay una suerte de retorno a modelos clásicos. Me interesan muchos autores; entre ellos puedo nombrar a Rodrigo Fresán, Manuel Vilas, Mario Bellatin, Alberto Fuguet, Samanta Schweblin, Rodrigo Rey Rosa. La lista podría continuar, estamos en un muy buen momento.
Entrevista publicada en Ambos Mundos.
0 comentarios