Llorenç Villalonga tenía por costumbre pasar unos días cada año en el balneario de la Font Santa de Campos. Lo leemos en Les passions ocultes, el fascinante tomo que recopila su correspondencia con Baltasar Porcel: “El hombre necesita dormir (para renacer), silencio (para pensar) y rezar – o hacer gimnasia – (para fortalecerse) –escribe Villalonga-. Estas tres actividades que antes se hallaban al alcance de cualquiera, parece que hoy se van convirtiendo en un lujo.” Lo que no podía prever el autor de Bearn es la actual eclosión de balnearios, spas y centros de tasaloterapia que trufan el paisaje europeo. Mens sana in corpore sano, rezaba la conocida máxima de Juvenal, como si fuera un adelanto de la feroz compulsión higienista de nuestros días.
No creo, de todos modos, que la deriva holística del humanismo fuese del interés de Villalonga y sí, en cambio, el apunte que hace el novelista inglés Sir Ferdinant Mount en Full Circle, donde relaciona el declive del estoicismo cristiano con el retorno a las aguas termales. Del hábito del alma que modela nuestro cuerpo – San Antonio Abad se honraba de no haberse lavado los pies en su vida – al cuidado del cuerpo que define nuestra personalidad – narcisista y maniática -, Europa se mueve en una dinámica bipolar trazada por Roma hace dos mil años. Si todo retorna, también la cultura de los baños ocupa de nuevo el centro de la vida social, como sucedía en las viejas termas de Caracalla y de Diocleciano. En esa genealogía de la moral pública, se regresa al mundo grecorromano que fundó el culto al cuerpo y que Villalonga recoge en sus cartas al joven Porcel: “fortifícate con la gimnasia”, pues – esas también son palabras suyas – “el temor sólo hace sacristanes.”
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