Hace aproximadamente diez años, el ensayo Unequal Childhoods, de la socióloga Annette Lareau, se convirtió en la referencia indiscutible para entender la desigualdad en América. Durante dos décadas, Lareau trabajó con 88 familias analizando paso a paso el modo en que los padres educan a sus hijos. El resultado fue que, en general, hay dos formas de criar a los niños, y que una y otra son radicalmente distintas. En las familias de clase media alta – constituidas sobre todo por padres con formación universitaria – el énfasis se coloca en el dominio verbal, el razonamiento crítico y la organización exhaustiva – a menudo estresante – de las actividades extraescolares. Por otro lado, en las familias de clase media baja y baja los criterios para educar a los niños son otros, no necesariamente peores: la lectura es menos dialogal; la imposición de límites es más autoritaria; el niño crece con una mayor libertad, jugando en el patio de casa, en los parques, con sus hermanos, primos y amigos. En muchos aspectos son niños que crecen de una manera más natural, preservando durante más años el espacio de la infancia, aunque, con el paso del tiempo terminarán adaptándose peor a la realidad competitiva de la economía. ¿Por qué? Para responder a esta pregunta, Lareau acuñó el concepto “cultivo concertado”.
Frente al modo más espontáneo y libre de educar, Lareau sostiene que el cultivo concertado, típico en las familias de clase media-alta, equipa a los jóvenes con un bagaje de competencias no cognitivas imprescindibles para navegar por las instituciones de nuestra época: la capacidad de negociar, por ejemplo, de relacionarse con los adultos de tú a tú, de asumir las normas y saber trabajar en equipo y conforme a unos objetivos. Los chicos aprenden a hablar en público o a dar la mano mirando a los ojos o a disponer de distintos registros lingüísticos de acuerdo con el contexto social. El conjunto de esas habilidades sería, en definitiva, lo que marca la diferencia, perpetuando la desigualdad sociocultural en los EE.UU. y en la mayoría de países desarrollados.
Al final, Unequal Childhoods nos habla de la complejidad del fenómeno educativo y de la importancia de las tradiciones culturales. En el largo debate entre la genética y las circunstancias, no podemos obviar el profundo peso de los hábitos, las certezas y los miedos transmitidos de generación en generación, a menudo a través de nociones de clase. Y desde luego, no es fácil abordar un problema cuyas raíces van mucho más allá del ámbito escolar.
Artículo publicado en Ambos Mundos.
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