Amos Oz y Paul Auster. Foto: David Shankbone
Es probable que Paul Auster sea un escritor consumido por su propio éxito. Sus mejores novelas – pienso ahora en La trilogía de Nueva York, Palacio de la Luna, Leviatán o El país de las últimas cosas, por poner sólo unos ejemplos – las encontramos al principio de su carrera, allá por mediados de los ochenta, cuando Auster distaba de ser un autor famoso. Las influencias estilísticas resultaban ya entonces obvias – las había trabajado a fondo en sus años de traductor y de crítico literario, con nombres como Edmond Jabès, George Oppen, o Samuel Beckett -, pero el resultado convencía apelando a los instintos literarios de una clase media urbana y universitaria, levemente postmoderna y, a poder ser, con ciertas pretensiones izquierdistas. Hoy se habla sin rubor del universo austeriano, lleno de guiños al azar, el béisbol, la cinematografía y la metaliteratura. Auster es un escritor de éxito con el peligroso defecto de haberse quedado enconsertado por la reiterada repetición de su fórmula. Dicho de otro modo: Auster resulta, cada vez más, un autor que se conduce por caricaturas. Y quizás por eso interese a un tipo de lector que todavía no se ha hastiado del convencionalismo de la propuesta.
Sunset Park está muy lejos de ser una obra lograda. Para los tifosi, el deje resulta inconfundible: Miles Heller, un joven veinteañero en crisis existencial, culto y Ivy, huye del mundo de sus padres, debido a los remordimientos causados por la muerte en accidente de coche de su hermano Bobby. El guiño hispánico nos lo ofrece la protagonista femenina, Pilar, una muchacha inteligente y atractiva, con quien Miles intima leyendo El gran Gastby, de Scott Fitzgerald, y que jugará el papel de redentora. Como sucede siempre en las novelas de Auster, el libro resulta plácido de leer y profundamente empático. Como también suele suceder, el autor profundiza poco en los personajes y las emociones vuelan raso. Algunas digresiones con las que se trufa la prosa me parecen especialmente tediosas, por ejemplo las que dedica al béisbol. Hay algo de esquemático también en la sucesión de personajes que introduce en la historia, con la voluntad, más o menos aparente, de que resulten simpáticos o, mejor aún, interesantes. Por desgracia, no basta con la voluntad de ser interesante para serlo de verdad.
Artículo publicado en La Gaceta de los Negocios
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