Somos nosotros los que somos pobres, muy pobres. Una gran parte del arte contemporáneo se inclina del lado del caos, gesticula en el vacío o habla de la historia de su propia alma estéril. Los maestros antiguos, sin excepción, podían repetir las palabras de Racine: Trabajamos para agradar al público, es decir, creían en el sentido de su trabajo, en la posibilidad de comprensión entre las personas. Afirmaban la realidad visible con inspirada escrupulosidad y con la seriedad de los niños, como si de ello dependiera el orden del universo, la rotación de las estrellas, la estabilidad de la bóveda celeste. Bendita sea esa ingenuidad.
Z. Herbert
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