Icono del sitio El blog de Daniel Capó

Las últimas cartas de Tomás Moro

“El hombre puede ser libre en cualquier época, si sigue su conciencia” escribió el vienés Stefan Zweig poco antes de suicidarse en su exilio del Brasil. Zweig reflexionaba de este modo sobre la figura de Michel de Montaigne, autor de los célebres Essais y uno de los padres fundadores de la conciencia moderna. Hablo de la conciencia moderna y pienso en la autonomía del hombre frente a la tiranía del poder o del fanatismo ideológico. El propio Zweig recuerda que la época  de las grandes persecuciones religiosas en el occidente europeo “no perturbó la claridad ni el humanismo de un Erasmo o de un Montaigne”. Se olvidó, sin embargo, de citar a Tomás Moro, el gran amigo de Erasmo de Rotterdam. Y ese olvido resulta inexcusable puesto que, en el caso de Moro, la conciencia deviene una cualidad trágica: el testimonio ejemplar de que ningún poder puede someter la libertad del alma que busca ser fiel a su verdad.

En este libro, que reúne sus cartas escritas desde su celda en la Torre de Londres, Moro indaga sobre el sentido de la verdad pero, sobre todo, exige de un modo admirable el respeto inviolable a la propia conciencia. No se trata, como insiste una y otra vez en su correspondencia, de ninguna afrenta al Rey – él, precisamente, que había sido nombrado Lord Chancellor por Enrique VIII – ni la traición encubierta de un papista fanático – como, de un modo especialmente injusto, le juzgará durante siglos la historia británica –, sino de algo mucho más íntimo como es: “el respeto por mi propia alma”. En este sentido, uno sólo puede leer con emoción las cartas que Moro dirige a su hija, Margaret Rope, a pesar de que Margaret le implora que reconozca y jure a Enrique VIII como cabeza suprema de la iglesia anglicana, al igual que ha hecho ella misma, el resto de su familia o la gran mayoría de obispos ingleses. Al fondo, apunta también la vergüenza y el oprobio para la familia, así como el horror de una muerte segura por haber traicionado a la Corona. Nada de esto puede sorprender a un lector del siglo XXI, que conoce de primera mano los efectos del terror causados por la tentación totalitaria. Pero la fuerza y la convicción moral de Tomás Moro – atestiguadas por su vida y por estas cartas – nos siguen sobrecogiendo hoy, como sin duda lo hicieron entonces.

Artículo publicado en La Gaceta de los Negocios

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