Icono del sitio El blog de Daniel Capó

G.K.

El 9 de junio de 1945, George Kennan, diplomático de la embajada americana en Moscú, inició un viaje a Siberia. Sentado en su vagón del Transiberano, anotó que desde la ventana se podía contemplar “un paisaje completamente llano, sin árboles, punteado por ocasionales bolsas de niebla y en el que la cúpula del cielo lucha en vano por acompasar los límites de esa gran llanura”. Al llegar a Vladivostok, fue agasajado con un interminable banquete – salmón, carne, huevos, pan, mantequilla, vodka, cerveza y té -, que contrastaba con la miseria general del país. Visitó la industria local, una granja colectiva y el teatro judío, donde oyó cantar en yiddish. Unos días más tarde, en Novokuznetsk, comprobó cómo el régimen soviético había logrado erigir una ciudad en apenas tres lustros, aun a costa de sacrificar cualquier lógica en su empeño. “Me temo – escribió – que todos estos sueños de grandeza carecen de conexión con la realidad […]. Y también me pregunto si no terminarán sencillamente pudriéndose en el tiempo”. Al año siguiente, ya radicado en Washington, Kennan sería el muñidor intelectual del Plan Marshall, así como de la doctrina de la contención que sirvió para articular una respuesta al desafío planteado por el comunismo. Frente a las cortinas de humo de la propaganda soviética, el diplomático estadounidense estaba convencido de que las contradicciones internas de la URSS terminarían causando su colapso. Los babélicos delirios de grandeza, las estrechas anteojeras de la ideología, el resentimiento y la ignorancia de lo que acontecía en el exterior…; básicamente la falta de realismo. Se comprueba que las lecciones se repiten a lo largo de la Historia de forma incesante…

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