Los libros que no he leído | Jorge San Miguel

por | Ene 26, 2018 | Los Libros Que No He Leído | 0 Comentarios

¿Qué libro que no he leído me ha influido más?

Hace un porrón de años, en la prehistoria de la blogosfera, respondí a un meme de parecido tema a esta serie con la tópica enumeración de Marx, Darwin y Freud. Como con Marx algo he avanzado desde entonces, y por Freud apenas he sentido alguna vez un vago interés literario -que me perdone el Escota-, me decido a escribir una líneas sobre Darwin y El origen de las especies.

Que yo recuerde, mi primer encuentro con Darwin fue en forma de señor barbudo rodeado de iguanas en un libro de la colección Auriga sobre lo que entonces se llamaba “animales prehistóricos”. El señor estaba anacrónica y algo surrealmente pintado al pie de unos gráficos de colores sobre eras y períodos geológicos, ahora no recuerdo si bajo la era terciaria o la cuaternaria. El libro inauguró mi afición a dinosaurios y demás fauna antediluviana, que nunca me he curado del todo y que ya siempre fue inseparable de Darwin y su idea. Entre mis juguetes favoritos pronto estuvieron un diplodocus y un estegosaurio de plástico, de la serie que la marca Invicta vendía con el sello del Museo de Historia Natural de Londres -en Madrid se podían comprar en nuestro Museo de Ciencia Naturales, en el Planetario y en alguna que otra tienda de modelismo. Una consecuencia indeseada fue que me contrariaba mucho cuando veía a hombres de las cavernas representados al lado de los grandes saurios mesozoicos, y las fantasías camp del tipo de Hace un millón de años me producían una infantil indignación que parecía divertir mucho a los adultos. Creo que solo toleré un tebeo titulado El dinosaurio diabólico, comprado al azar por mi padre en unas vacaciones en la costa, y que con los años fue mi particular magdalena o Rosebud -volveremos a eso.

El origen de las especies de DarwinNo mucho después de aquello, al menos en términos geológicos, Televisión Española emitió o repuso la serie biográfica de la BBC El viaje de Darwin, que databa de finales de los años setenta. Recuerdo haberme presentado a uno de los clásicos concursos de dibujo infantil organizado por algún banco o compañía de seguros con un panorama de las Islas Galápagos, lleno por supuesto de iguanas y tortugas gigantes. No gané, cosa que me pareció incomprensible, siendo como era el mejor tema del mundo. Era tan buen tema que pronto se convirtió en algo así como una vocación, alimentada también por los programas de Rodríguez de la Fuente, por su enciclopedia Fauna que ocupaba un estante en el salón de la casa de mis abuelos, por otros libros como aquel La nueva historia de Adán y Eva de Günter Haaf, que mi padre debió de comprar en el Círculo de Lectores. Del presente o del pasado, que eso ya se vería, estaba claro que mis pasos profesionales iba a ir por la senda de Darwin.

No fue así. Tan poco fue así que he acabado dedicándome a una actividad claramente menor como la política. Pero en todas la vueltas del camino recorrido estaba, creo, Darwin. Cuando empecé a leer los libros de divulgación de Asimov, saltando de la biología a otras ciencias. Cuando mis padres me llevaron por fin al Museo de Historia Natural de Londres y volví a Madrid con un braquiosaurio de medio metro en la maleta. Cuando me declaré ateo después de ver una versión de La herencia del viento en televisión -suena petulante, pero a los 13 años uno es muy petulante. Cuando leí Parque Jurásico de Crichton, donde supe por primera vez de Mandelbrot y la teoría del caos. Cuando tuve que forzarme a lidiar en inglés con libros sobre fauna fósil que no estaban publicados en español. Cuando, estudiando filosofía en el bachillerato, sentí una simpatía inmediata por Aristóteles, el más zoólogo de los filósofos. Cuando, ante la triste realidad de que nunca estudiaría una carrera de ciencias, me decidí por la única pasión que había hecho algo de sombra a la paleontología: el pasado humano.

Desde entonces, si las humanidades y las ciencias sociales me han robado más tiempo, lo han hecho siempre bajo el influjo del evolucionismo darwiniano. Nunca he podido olvidar que tenemos un ser biológico además, antes, de un ser social. No he podido dejar de ver la historia y la política desde un paradigma evolutivo. Mi inconfesable querencia a la visión whig del mundo tiene que ver sin duda con Darwin. Mi descreimiento también, es probable. A Darwin le debo la desolada ecuanimidad de contemplarnos como una especie pasajera en un planeta cualquiera del universo, y el vértigo de sabernos parte de una cadena que se remonta miles de millones de años hacia la oscuridad. Lo he descubierto en lugares quizás insospechados. En películas donde aprendí el cine, como 2001, o que me han emocionado ya adulto, como Master & Commander. En los cómics de Jack Kirby, que descubrí muchos años después de aquel Dinosaurio diabólico y cuyo estilo inmediatamente me fue familiar. En textos de Bradbury, de Conrad, de Lovecraft. A través de él he aprendido el amor a Inglaterra, que ya fue para mí siempre la tierra de la niñez, de la Historia Natural y el Progreso. Está presente cuando visito alguna cueva en la Cantabria de mis mayores, cuando fantaseo con que el mosquito que nos permita resucitar un dinosaurio salga del yacimiento de ámbar cretácico que hay debajo de mi pueblo.

Todas estas cosas ha sido Darwin sin que yo pasara nunca de unas pocas páginas del Origen de las especies, y otras del Origen del hombre que me horrorizaron por su tratamiento de la razas. También hube, llegado el momento, de conjurar el fantasma de ese otro “darwinismo”, que sigue manchando su memoria siglo y medio después de su muerte. Pero lo que sabemos de él nos indica que Charles Robert Darwin fue, además de todo, un buen hombre, que amó a su familia y perteneció a la mejor tradición del librepensamiento inglés. En estos días de eclipse anglosajón sigo recordándolo mucho.

Jorge San Miguel es politólogo y asesor de comunicación en el Congreso de los Diputados.

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Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

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