Héroes anónimos

por | Jun 21, 2017 | Animal Social | 0 Comentarios

Me recordaba, hace unos días, José Jiménez Lozano aquella vieja y repetida sentencia de Ernst Bloch que afirma que «el cristianismo es altivez y voluntad de no dejarse tratar como ganado», y lo decía don José a raíz del martirio del Padre Ragheed Ganni, asesinado, junto a tres subdiáconos, en una pequeña iglesia de Mosul a manos de los fanáticos islamistas. La noticia publicada en la prensa decía que, después de ser abatidos, los terroristas colocaron en torno a los cadáveres unas cuantas cargas de explosivos para que los cuerpos fueran irrecuperables. El fanatismo ideológico funciona de este modo: el enemigo no tiene derecho a ocupar su lugar en la historia, quizá porque, como intuyó Benjamin, la memoria es el sostén de la justicia. Así sucedió con la matanza de los armenios perpetrada por los turcos a principios del XX, con el Holocausto de los judíos, con la destrucción en Afganistán de los gigantescos Budas de Bamiyán y ahora ocurre en los países islámicos -no sólo en Irak, pero también allí- cuando se les niega a los cristianos su posibilidad de existir. A los cristianos, por supuesto, y a todos los que no aceptan someter su dignidad personal y humana a la sharia.

Pero, ¿quién era el Padre Ragheed Ganni? Un joven sacerdote caldeo que, al terminar en 2003 sus estudios en Roma decidió regresar a Irak, donde se encontraba su pueblo y su gente. Corresponsal de la agencia internacional Asia News, muchos podían descubrir en sus crónicas el horror cotidiano en el que viven los cristianos iraquíes: «Los jóvenes -escribía Ragheed en Asia News- organizan la vigilancia de la parroquia después de los diferentes atentados. Los sacerdotes dicen misa entre las ruinas causadas por las bombas. Las mamás, preocupadas, ven a sus hijos desafiar los peligros yendo a la catequesis. Los ancianos vienen a confiar a Dios las familias -los hijos y los nietos- que huyen de Irak. Esperamos cada día el ataque decisivo, pero no dejaremos de celebrar misa. Lo haremos incluso bajo tierra, donde estamos más seguros. En esta decisión, soy alentado por la fuerza de mis parroquianos. Se trata de una guerra, de una guerra de verdad, pero esperamos llevar esta Cruz hasta el final». Y ya en su última crónica, el pasado veintiocho de mayo, se preguntaba: «En un Irak sectario y confesional, ¿qué papel pueden ocupar los cristianos? No tenemos soporte ni nadie que se bata por nosotros. Estamos solos en este desastre. ¿Cuál es el futuro de la Iglesia en este país?»

Las cifras que aporta el periodista italiano Sandro Magister, en El Espresso, son espeluznantes. Del millón y medio de cristianos que vivían en Irak en el año 2000, apenas quedan hoy quinientos mil. Los que sobreviven, lo hacen pagando la Jiza, un impuesto que deben pagar los infieles para poder vivir en régimen de sumisión. Las cruces, apunta Magister, han desaparecido de las fachadas de las Iglesias y una fatwa prohíbe llevar la cruz en el cuello.

Supongo que la desgracia nos retrata de un modo definitivo. Retrata a Europa y su estúpido papanatismo multicultural. Retrata a Bush y a sus mentiras. Retrata el rostro asesino del fundamentalismo. Y, en última instancia, la desgracia nos habla de la importancia de mantener la dignidad en la espesura de la noche. Como hizo el Padre Ragheed. Como hacen tantos otros héroes anónimos.

Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

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