La condena de las ciudades de éxito

por | May 12, 2017 | Animal Social | 0 Comentarios

Algunas ciudades corren el riesgo de morir a causa de su éxito. No se trata de una contradicción carente de sentido, sino una forma de constatar las dinámicas en marcha que nos amenazan. La semana pasada nos referíamos al libro del sociólogo francés Christophe Guilluy, Le Crépuscule de la France d’en Haut, que hablaba cómo el grueso de las oportunidades laborales y económicas se concentran en unas pocas ciudades: Londres y París, Amsterdam y Nueva York, Shanghai y Milán.

El reverso negativo de este proceso conocido como metropolisation no es solo la “desertificación” del resto de la geografía urbana –los lugares, digamos, condenados a perder el tren de oportunidades que ofrece la globalización-, sino también el empobrecimiento paralelo que termina aquejando a las ciudades de éxito. Como ilustración el ejemplo –sacado de las páginas de Le Monde– que nos ofrece Christopher Caldwell en una largo ensayo para The City Journal: el precio medio de un alquiler mensual en Londres asciende a 2580 libras, cuando ese mismo salario medio mensual en la capital británica apenas llega a las 2300 libras. Las ciudades de éxito –Londres, Paris, Nueva York, Madrid, Barcelona, Palma… son hoy más prósperas de lo que han sido nunca- enferman como consecuencia de una nueva ruptura social que separa a los muy ricos –en datos validos para España, alrededor de un 13% de la población- del resto de la ciudadanía, incluidas las anteriormente pujantes clases medias, que parecen ahora destinadas a repetir la advertencia que les lanzó hace ya más de medio siglo el escritor británico George Orwell: “nosotros, la declinante clase media volveremos a formar parte de la clase obrera, a la que pertenecemos”.

Del mundo a la isla, Mallorca no es más que una gran área metropolitana conectada a Europa, cuyo éxito a inicios del siglo XXI resulta indiscutible. Nos favorece la situación geográfica, la frecuencia de vuelos, las infraestructuras y el clima, los estándares europeos y la belleza patrimonial y natural. Con una enorme inversión extranjera desde hace años que se centró primero en la vivienda para extenderse pronto a la puesta en marcha de negocios, se podría decir que la isla se beneficia de los atributos positivos de la globalización de forma generosa y general: hay tasas relativamente de empleo, la competitividad general del monocultivo turístico es un hecho, la mejora de los pueblos y de las ciudades, el crecimiento de la oferta de calidad, etc. Y, sin embargo, el proceso de metropolisation que alerta en Francia Guilluy está sucediendo ante nuestros ojos de un modo acelerado, subrayando el avance de la peligrosa atomización social: una tierra peligrosamente cortada por un patrón de clase social y la escenografía de un falso decorado.

Así, los centros históricos – en Palma, pero no solo en Palma- se convierten en zonas boutique y en objeto de deseo de los fondos de inversión internacionales, mientras los alquileres se disparan y se expulsa al ciudadano medio de la posibilidad de acceder a una vivienda adecuada a un precio razonable. El ejemplo inmediato de la isla de Ibiza resulta iluminador. El continuo cierre de locales históricos de la ciudad de Palma –el último, el del café Lírico, quién sabe si pronto del Bar Cristal- ejemplifica aún mejor el cambio de rostro de la urbe que trae consigo la metropolisation: más estrellas Michelin y menos personalidad propia. Por supuesto, otra de las consecuencias casi inmediatas de este proceso acelerado de transformación de la vida urbana es la dificultad de encontrar trabajadores bien formados que quieran desplazarse a estas zonas de éxito. Algunos estudios realizados en Estados Unidos ya muestran como la mayoría de las recientes start-ups surgen fuera de las áreas consideradas tradicionalmente como más innovadora –caso, por ejemplo, de Sillicon Valley-, precisamente por las dificultades económicas que imposibilitan a los jóvenes emprendedores instalarse allí. En Mallorca, muchas empresas turísticas sufren problemas serios a la hora de contratar personal por la falta del mismo, una situación que solo puede ir in crescendo a medida que el éxito de una minoría global expulse a los menos afortunados, que somos la mayoría. Las políticas sociales no solo son necesarias, sino urgentes. La alternativa, como estamos comprobando en todo el mundo civilizado, es la cronificación, a menudo justificada, del malestar social.

Artículo publicado en Diario de Mallorca.

Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

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