Vertebrar la vida

por | Abr 14, 2017 | Literaria | 0 Comentarios

Las líneas del pensamiento siguen un trazado biográfico. Allí están nuestras lecturas y nuestra familia, los valores que nos sustentan y las experiencias que nos han conformado, los amigos y los enemigos, las horas de soledad y la barra del bar, el clima general de una época y nuestra relación con ella. Leo estos días la larga conversación que ha mantenido Ignacio Peyró con Valentí Puig, en la que se esboza la biografía intelectual del escritor palmesano. En La vista desde aquí (Elba Editorial), Puig habla de su infancia y de sus padres, de sus lecturas, de su experiencia –breve– en la política autonómica, de su paso por la corresponsalía del ABC en Londres, de las figuras públicas que ha conocido, de su amor por el jazz y el dietarismo, de la cultura catalana y castellana, de la necesidad que tiene la democracia de formar una élite intelectual, de la catalanofobia y la hispanofobia, del papel de la Historia y el horror hacia la utopía. Fue un confuso azar, observa Puig, el que le condujo a vivir un año en el norte de Irlanda, en una época –finales de los años 60 y principios de los 70– en la que «quien más, quien menos, participaba en algún grupúsculo maoísta”.

Y es ahí cuando entra en juego la singularidad biográfica, el sorprendente descubrimiento de una realidad que altera las líneas trazadas anteriormente: «En mi caso –cuenta el escritor mallorquín–, pasé un curso académico en Irlanda del Norte como Spanish Assistant Teacher, en plena confrontación sectaria. El terrorismo controlaba buena parte de la ciudad. Aquello te llevaba a pensar en la Guerra Civil española, en cómo pasar de la dictadura a un sistema libre, a valorar la ley y el orden. Comprendí que la restauración monárquica sería la gran solución. Comencé a pensar en términos liberal-conservadores, primero de forma imprecisa y luego ya con más concreción. La gran ventaja de las ideas liberal-conservadoras es su poco apego a la abstracción, al sistema. Es una posición empirista, pragmática, en valores de estabilidad y permanencia. […] En fin, me di cuenta del gran logro por el que cada día los panaderos nos venden pan, se enciende la luz y los niños van a la escuela».

Las pequeñas conquistas, el esfuerzo del trabajo cotidiano, la austeridad en las costumbres, el empirismo y la flexibilidad, el respeto hacia las normas y las instituciones explican la lenta pero sólida sedimentación del progreso, mucho mejor que otro tipo de aventuras que pretenden liquidar los valores y el prestigio de una sociedad. Así, al ser preguntado por España y su leyenda negra, de tonos pesimistas, Puig responde con lucidez: «Prefiero la tradición de la luz. Es más: no me parece razonable interpretar la historia de España o el ser de los españoles según esta versión tan negra. Existe, sin duda, pero no es en absoluto determinante». Y aporta un detalle interesante, que puede ser aplicado a nuestros días: «En los momentos límites de la España moderna, siempre parece como si los extremos fuesen hegemónicos. Luego, de una forma o de otra, se regresa a la moderación, pero ese décalage entre extremos y moderación ha tenido un coste histórico abrumador».  El ejemplo positivo de lo que supuso la Transición en término de prosperidad, libertades y recuperación de derechos está presente en estas líneas, así como la amenaza contraria. Y concluye: «Me dejan perplejo tanto el olvido de la Transición como los intentos de desacreditarla. No sé qué es peor». Se trata, insiste, de un aspecto de la España que se descuida a sí misma y que abandona la complejidad de su identidad histórica en beneficio de alguna forma del integrismo ideológico. Los peligros del dogma.

Leer a Valentí Puig –su obra es inabarcable, de la poesía al dietario, de la novela al gran ensayo– constituye un goce intelectual de primer orden. En La vista desde aquí, Ignacio Peyró ahonda con finura en el difícil arte de la conversación, gracias a un cómplice mano a mano que estimula a pensar con libertad y no necesariamente a favor ni en contra de los tiempos. Porque, al final, en la literatura –lo subraya Puig– se suman los instintos, la memoria y la inteligencia. Al igual que sucede en la vida, diría uno. Y ése es un ejercicio de la nobleza.

Artículo publicado en Diario de Mallorca.

Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

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