Sin atenuantes

por | Oct 19, 2016 | Animal Social | 2 Comentarios

Hay contrastes que resultan dolorosos. En España, lo podemos constatar cuando comparamos la Sanidad con la Educación. La primera es referencial en Europa. La segunda, en cambio, representa un notable fracaso colectivo en muchas regiones porque, en realidad, más que de un modelo educativo común, deberíamos hablar de una España a dos velocidades: la España exitosa del País Vasco, La Rioja o Navarra, por citar algunos ejemplos, y la fallida del sur y de la cuenca mediterránea. Si la europeización de las costumbres y de los modos españoles es un hecho incontestable, los estándares educativos de algunas comunidades han ido cayendo al compás de los difíciles cambios sociológicos y de una presunta modernización que ha identificado la ideología con el progreso. No podemos ocultar que, a lo largo de todos estos años, la enseñanza ha sido el campo minado de una guerra cultural –o de valores, si prefieren– en el que se ha equiparado la charlatanería con la ciencia o los intereses ideológicos con el saber empírico, sin que se haya sabido dar respuesta a los auténticos desafíos que la emergencia pedagógica planteaba. Pero al final, la realidad termina colocando a cada uno en su sitio. Y esa realidad, dura y cruel, no nos deja precisamente en buen lugar.

Los números no admiten atenuantes. Si, de acuerdo con el Índice de Desarrollo Juvenil Comparado, elaborado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, España se sitúa un poco por debajo de la media de la UE en cuanto al nivel educativo –con un 0,52 frente al 0,58 de la media europea–, las Baleares quedan en la cola de la Unión con un asombroso 0,18. Ser colista se traduce lógicamente en un precario nivel de desarrollo de la juventud –como se puede leer también en el informe– y, por tanto, en una posición de creciente fractura social de corte no sólo generacional. En una sociedad cada vez más compleja, los costes del fracaso escolar repercutirán en nuestro bienestar futuro y, sobre todo, en el horizonte de oportunidades de nuestros hijos. El riesgo más palpable pasa por terminar enzarzándonos en debates secundarios, mientras damos la espalda a la necesaria estabilidad de un modelo educativo de consenso que pueda arraigar y dar fruto más allá de los caprichos de cada gobierno de turno. Aunque existe otro riesgo similar, que consiste en creer que los conocimientos son secundarios respecto a las promesas sin contenido. Como suele repetir mi amigo Gregorio Luri, “no hay alternativa pedagógica a los codos”.

Artículo publicado en Diario de Mallorca.

Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

2 Comentarios

  1. Como bien señala Daniel Capó, a menudo las polémicas más agrias se centran en debates secundarios. Cuando la política se inmiscuye en un problema social, normalmente la atención se desvía de las causas reales a otras propagandísticas, terreno en el que los políticos tienen un mayor control. La «solución política» al bajo nivel de la educación consiste en aumentar el gasto: más dinero para becas, contratar más profesores, comprar más iPads… Uno diría que es otra la raíz del problema: el orden y la disciplina en las aulas, el respeto al profesor, el esfuerzo (o los codos, según la brillante cita de Luri)… Dificultades de más compleja resolución y con las que no es tan fácil hacer populismo.

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  2. Los que buscan crear debates secundarios y polémicos suelen ser aquellos que desean que el tema principal no prospere

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