Servir con la palabra

por | Sep 28, 2016 | Política | 1 Comentario

Decía el viejo Salustio, ilustre historiador romano, que también se puede servir al Estado con la palabra y no sólo con la acción. La importancia de las palabras, de la retórica, de un relato ajustado a la realidad y del respeto a las diferencias resulta todavía más determinante en la democracia, donde el plano ejecutivo no puede desligarse del debate parlamentario ni del consenso con la ciudadanía. Se gobierna con las palabras cuando se dice la verdad y se plantean los problemas honestamente, sin subterfugios propagandísticos. Se gobierna con las palabras cuando los dilemas políticos permean el debate social, sin dividir a los ciudadanos en campos antagónicos ni en trincheras enfrentadas. El gobierno de las palabras es el que inspira y convence de un modo constructivo, no el que utiliza su poder para separar ni crear confrontación en la sociedad. Gobernar con las palabras supone también dar ejemplo y no utilizar las pasiones gratuitamente: son el ejemplo y las palabras los que conforman el tono de un país.

Pensemos por un momento en la Transición, piedra fundacional de nuestra democracia. Y pensemos después en el escenario político actual, con el bipartidismo debilitado, la incapacidad general de alcanzar consensos, la profunda crisis territorial –que es sobre todo catalana, pero no sólo catalana– y la parálisis de gobierno. Si asumimos el discurso de la nueva política, empeñada en hablar de una segunda transición que finiquite la primera y dé inicio a algo nuevo, se puede comprobar cómo las palabras y el ejemplo son antagónicos a los de la primera Transición. Si tras la muerte de Franco hubo un empeño común por limar las aristas de las dos Españas –aunque, como todos los pactos, fuera imperfecto–, la pulsión actual se diría que va en la dirección contraria. Para algunos, España resulta irreformable; para otros –Ada Colau dixit–, lo es el PP y el conservadurismo nacional; para Pedro Sánchez y los socialistas, se trata sencillamente de un único lema repetido hasta la saciedad: «no es que no». Cabe preguntarse, en ese caso, si la intransigencia construye sociedades de futuro.

Entre los muchos motivos a favor de una gran coalición para esta legislatura, a nadie se le escapa la necesidad de llevar a cabo una serie de reformas que pongan al día el sistema educativo y den estabilidad a la investigación; domeñen las cuentas públicas y garanticen unas pensiones dignas para las generaciones venideras; limiten determinados privilegios y liberen la economía de sus innumerables rigideces, empezando por las que se derivan de los excesos burocráticos. Sin embargo, junto a las reformas de la política y la economía, el otro gran motivo para impulsar una gran coalición sería la ejemplaridad de las palabras –y, por supuesto, también del gesto–. Una gran coalición, precisamente en estas circunstancias parlamentarias en que es urgente dotar de estabilidad al país, serviría para recuperar el espíritu más noble que hizo posible la restauración de la democracia. La pluralidad de opiniones y las diferencias ideológicas, por profundas que puedan llegar a ser, no representan fosos insalvables en el marco de la ley y el respeto. De hecho, su firma y puesta en marcha supondría normalizar lo que ya resulta habitual en los principales países europeos, donde se distingue perfectamente entre las discrepancias programáticas y la peligrosa tentación del populismo.

Artículo publicado en Diario de Mallorca.

Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

1 Comentario

  1. Han pasado ya ochenta años desde la guerra civil. Y, desgraciadamente, sus tópicos maniqueos siguen instalados en la conciencia colectiva de la sociedad española. Y no solo en la de los que vivieron la guerra (ya muy pocos), ni tan siquiera en sus hijos, que han oído la versión particular de la misma de primer oído, sino también en sus nietos, los que votan a las nuevas formaciones políticas. A menudo, paradójicamente, más en los nietos que en los abuelos…

    ¡Qué triste es que tengamos que seguir actuando políticamente como nacionales, rojos o separatistas! ¿Qué lugar ocupa en ese esquema una persona que, amando y sintiendo su lengua materna, su pequeño país, su gran país, es consciente de que el auténtico marco político del futuro inmediato es su condición de europeo? ¿Qué lugar ocupa en ese esquema una persona que confía en el esfuerzo individual sin despreciar la necesidad de contribuir a la sociedad, incluyendo a los miembros de la misma que, por su estricto esfuerzo individual no puedan alcanzar un nivel de vida digno?

    La palabra, es lo que distingue al hombre del animal. Y la conversación, la riqueza de palabras, sus matices, es lo que distingue al hombre primitivo del civilizado. Mientras solo tengamos tres palabras para designar las posturas políticas de los ciudadanos: nacionales, rojos y separatistas (la condición de judío o masón parece que ya ha perdido fuerza…), seguiremos siendo, humanamente, muy pobres.

    Gracias, Daniel, por tus artículos que tanto ayudan a la reflexión.

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