2015

por | Dic 31, 2015 | Política | 2 Comentarios

2015 ha sido el año en que el yihadismo golpeó dos veces Francia y la “guerra santa” empezó a tener rostro europeo. 2015 ha sido el año del avance de ISIS en Oriente Próximo y del acuerdo de Occidente con Irán. Ha sido el año del colapso definitivo de las materias primas: del petróleo barato y de la crisis económica de los países emergentes que auguran, tal vez más pronto que tarde, alguna nueva depresión en los mercados mundiales. Ha sido –¿por qué no decirlo?– el año en que ha regresado una saga mítica, Star Wars, esta vez con el regusto dulzón de Walt Disney. 2015 ha sido el año extraño que todos esperábamos, aunque con muchas más sorpresas de las previstas, trágicas en su mayoría.

En clave nacional, cabe interpretar este año que termina como una prolongada cita electoral en tres movimientos. La lectura de los tres fue similar y sus respectivos resultados se interconectan: España se revela como un país poliédrico, lastrado por los errores del pasado y excesivamente emocional en sus reacciones. Como estaba previsto, las autonómicas y municipales de mayo destruyeron la supremacía conservadora, anunciando fracturas posteriores. El PP fue entonces el partido más votado en un contexto que, sin embargo, parecía exigir a gritos el cambio. Y, en efecto, el cambio se materializó de forma más significativa en algunas ciudades símbolo (Madrid y Barcelona), que pasaron a manos de los nuevos movimientos, y en determinadas autonomías decisivas, como la Comunidad Valenciana y las Islas Baleares, en el arco mediterráneo, o la Comunidad Foral de Navarra. Las elecciones catalanas se plantearon también como un plebiscito clásico –todo o nada– y dejaron una sociedad dividida en dos partes casi simétricas,  en dos mitades que se miran cara a cara. Cataluña introdujo un factor nuevo en la ecuación de 2015, además de los dos millones de votos por la secesión: la práctica desaparición del espacio electoral de centro, un lugar que históricamente habían ocupado CIU y el PSC, y que ahora se ha convertido en tierra de nadie. Las generales del 20-D han cristalizado la fragmentación parlamentaria del país, subrayando dos factores: en primer lugar, que una mayoría está por el cambio moderado y tranquilo; y, en segundo, que la dualidad catalana parece haber encontrado un punto de convergencia en el “dret a decidir” que propugna Ada Colau, sin duda –guste o no– la figura política más importante de Cataluña a día de hoy. El futuro inmediato de España se moverá sobre este doble eje: por un lado, la necesidad de establecer alianzas factibles de gobierno y, por otro, la de solucionar el problema catalán.

Si 2015 fue el año de las tres elecciones, 2016 se presenta como el de las grandes incógnitas, aunque en principio se imponga una certeza: Europa ha dejado de ser un oasis. Crecen los partidos populistas, el aluvión migratorio provoca fuertes tensiones y retornan las reivindicaciones nacionalistas. La austeridad ha hecho caer a un buen número de gobiernos y el Reino Unido amenaza con romper la UE. La economía no acaba de arrancar y las altas tasas de paro se enquistan en la periferia. Pero no es sólo Europa la que se agrieta, sino también el norte de África y Oriente Próximo, Rusia y Asia. El terrorismo que avanza social y territorialmente en los Estados débiles, se une a la precariedad económica que, para muchos de estos países, ha supuesto el crack en el precio de las materias primas. Rusia se mueve inquieta, con Putin soñando con recuperar el protagonismo de la Guerra Fría y con ampliar su cinturón de seguridad. La ralentización de China invita a pensar en un eventual endurecimiento político del régimen o en algún tipo de agresión nacionalista. En general, la progresiva militarización de Extremo Oriente no es precisamente tranquilizadora.

Cualquier pronóstico resulta ridículo. ¿Quién sabe si habrá o no elecciones esta primavera o si el ISIS será destruido por una coalición internacional o cómo evolucionará el precio del petróleo? Cabe pensar, eso sí, que los desequilibrios mundiales se han incrementado y que nos encontramos en medio de una revolución que dista de haber terminado. La globalización, el envejecimiento demográfico, las tecnologías de la información, la robótica han llegado para quedarse. Y la política en mayúscula consistirá en saber gestionar la incertidumbre provocada por estos cambios.

Artículo publicado en Diario de Mallorca.

Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

2 Comentarios

  1. Excelente artículo. Podríamos decir que las crisis que vivimos son las propias de dos edades difíciles: la de los prejubilados en los países desarrollados y la de los jóvenes en en busca de primer empleo que difícilmente les permite una vida independiente en los países emergentes. Tendríamos que saber aprovechar el conocimiento y experiencia acumulados de los primeros y la fuerza y la ilusión de los segundos. En su anterior post, Daniel nos recordaba el emperador desnudo de la educación. Ahí está la clave.

    Quiero ser optimista, y estoy convencido de que Daniel Capó también, pese a la lucidez de su análisis. Por ello le deseo, como a todos los que participan en este blog, un Feliz Año Nuevo.

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  2. Muchas gracias Josep por tu comentario. En efecto, creo que nos encontramos en una especie de interregno entre «el mundo feliz» de la postguerra y los efectos de la globalización, que como muy bien has explicado en alguna ocasión se inició el día que China decidió competir globalmente. Eso sucedió hacia 1989 aprox., que cerró para algunos historiadores el siglo corto (1914-1989). La postguerra europea fue un mundo feliz, porque a la paz se le unió una demografía favorable, la extensión de las clases medias y un muy generoso Estado del Bienestar. Esta realidad fue languideciendo con el brutal cash demográfico, unas políticas fiscales irresponsables y, si hacemos caso a Tyler Cowen, seguramente también por el agotamiento de las mejoras introducidas por la tecnología. Para Cowen si existe hoy en día alguna estagnación relevante ésta se debe a la ausencia de grandes innovaciones tecnológicas (excluyendo por supuesto Internet).
    La tesis del economista americano merecería un análisis más atento, pero la realidad es la que indicas: en el mundo desarrollado, la crisis se ha cebado de forma especial en dos segmentos de edad. Y no parece que esta tendencia la pueda revertir nadie y mucho menos los distópicos del populismo fácil. Nos adentramos en una nueva geografía de la inteligencia y la principal labor de nuestros responsables políticos debería ser gestionar esta incertidumbre. A nivel particular, creo que cada vez va a ser más importante invertir tanto en capacitación como en oportunidades.
    Las incógnitas, las dudas y el rasgo cíclico de las crisis forman parte del relato optimista de fondo. A principios del siglo XX, la esperanza de vida en Nepal era de 24 años (hoy se acerca a los números de Occidente). La Fundación de Bill y Melinda Gates confía en que la pobreza extrema será residual en apenas unas décadas, excluyendo las zonas en guerra. Parte de nuestras dificultades se asientan sobre el crecimiento de los emergentes. Mis mayores temores se sitúan en Oriente por las crecientes tensiones nacionalistas y por la progresiva militarización de la zona. Europa, por supuesto, resolverá sus problemas, seguramente como señala van Middelaar, un poco a trancas y a barrancas, pero la integración no tiene marcha atrás. Con todos sus defectos, la Europa de este último medio siglo es una de las grandes historias de éxito de… la Historia.
    Y, por supuesto, ¡Feliz Año Nuevo a Josep Prats y a todos los lectores del blog!

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