Nadie elige sus orígenes

por | Jul 15, 2015 | Política | 1 Comentario

“Yo no he elegido ser español, Schäuble no ha elegido ser alemán, Tsipras no ha elegido ser griego”, leo en el hilo a un post del blog Nada es gratis. Me parece una idea acertada: nadie escoge sus orígenes y, aunque influimos sobre nuestro destino, sólo en parte decidimos sobre él. Ese realismo sensato conforma uno de los reductos básicos del conservadurismo: el tiempo nos mejora o nos empeora de acuerdo a nuestros esfuerzos individuales y colectivos, según las virtudes y los defectos, según el azar, los incentivos y la inteligencia; pero no puede emanciparnos por completo del pasado ni tampoco del presente. El sabio Edmund Burke anotó en algún lugar de su obra que la vida de cada hombre depende, en gran medida, de algo tan singular como el modo en que fue concebido. Al nacer nos insertamos en un tejido orgánico que nos envuelve y nos nutre, que va mucho más allá de nuestra individualidad. Ahí se encuentra la calidad del lenguaje que aprendemos y que posteriormente usaremos –tan determinante en sociedades estamentales como la inglesa–; el nivel sociocultural y las  expectativas de los padres, su red de amistades y contactos; las habilidades no cognitivas como el autocontrol y las manières, la carga genética y el coeficiente intelectual; el patrimonio familiar, la herencia y las deudas; el paternalismo o su ausencia, el número de hermanos y nuestra posición entre ellos; el relato ensombrecido –aunque perceptible– de los traumas del pasado, de los hábitos familiares, etc. Y, al abrir la mano, desde lo concreto a lo general, nos acercamos al barrio donde vivimos, con sus oportunidades y limitaciones; y luego llegamos a nuestra nacionalidad –española, griega, alemana…–, que nos habla a su vez de estructuras burocráticas, de calidad institucional, de leyes, de valores y narrativas culturales, de un saber hacer educativo e industrial… En el momento mismo de la procreación –nos dice Burke–, se decide algo más que la vida: también el cartón con los números de la misma. No todos, por supuesto, pero sí bastantes. Los suficientes como para no ser irrelevantes.

Esto debería servir para inmunizarnos en contra de los postulados de la demagogia. Nada empieza de cero, nada se origina “in vitro”. Casi todo, en cambio, admite la necesidad de la prueba y el error, de la reforma y de la mejora. ¿Cómo actuar ante los problemas clave de la política? Para Burke, la paz social y la prosperidad de las naciones dependerán de la respuesta que demos a esta cuestión. ¿Hay que acudir a soluciones teóricas que aspiran a rediseñar totalmente la realidad o, por el contrario, conviene ir testando, depurando y mejorando lo que ya se tiene? ¿Puede uno, de repente, dictaminar que sus limitaciones ya no son suyas y que décadas de gobiernos irresponsables ya no tienen ningún peso? ¿ Es de recibo que un presidente como Tsipras opte por no respetar la legalidad internacional y renuncie a las consecuencias de la soberanía compartida, con los bancos quebrados y las cuentas públicas en bancarrota? ¿Cabe creer honestamente que el resto de sus socios le aplaudirán sus ocurrencias sólo porque el problema es demasiado grande? ¿Podía Rajoy, con un déficit por encima del 10% en 2011, hacer algo distinto de lo que hizo? Pudo haberlo hecho mejor, sin duda; pero no muy distinto. Cuatro años después, y a la vista de Grecia, salvar los muebles fue ya un éxito.

Suceda lo que suceda en España y en Europa en los próximos años, es importante no perder de vista la aburrida sensatez del realismo. Y el realismo exige más Europa y no menos, más soberanía compartida y no nuevas fronteras, más reformismo y menos populismo de derechas o de izquierdas. La UE se ha afianzado de este modo, al igual que la España democrática surgida de ese enorme éxito que fue la Transición. De la estabilidad y de la calidad institucional procede la confianza; de las revoluciones de salón, en cambio, surge el caos, como hemos podido comprobar después del absurdo referéndum convocado por Tsipras y que sólo ha servido para endurecer, hasta la humillación, el documento final del acuerdo. Grecia necesita urgentemente una reestructuración de la deuda, y un nuevo y generoso paquete de ayudas. Pero el resto de la Unión también precisa un gobierno griego responsable que acepte las reglas del juego y no se dedique a experimentar con la teoría de juegos alla Varoufakis. La falta de realismo se paga con malas políticas y décadas de pobreza. O lo que es lo mismo: quien termina sufriendo el diletantismo de los gobiernos es el pueblo.

Artículo publicado en Diario de Mallorca.

Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

1 Comentario

  1. La Transición, un enorme éxito? Mejor un ejemplo más del «realismo» de la época, con los militares al acecho… Y así nos va a los españoles hoy dia, sin politicos que den la talla, con niveles de corrupción de monarquia bananera. Y la amenaza del separatismo convertida en realidad: se van, o mejor dicho, nos hemos ido de esta España pre-Cortes de Cádiz…
    Saludos desde Austria.

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